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miércoles, 17 de junio de 2015

Las consecuencias físicas y psicológicas de la masturbación.

Las consecuencias físicas.
A la masturbación se le ha atribuido el origen de la frigidez, la esterilidad, la ninfomanía, la tabes dorsal, la tuberculosis pulmonar, la dispepsia y la indigestión, la pérdida de visión, la epilepsia, la pérdida de memoria, el asma, la parálisis general progresiva, la gonorrea, la catalepsia, la lasitud, flojedad, agotamiento y debilidad en la marcha, el deterioro de la médula espinal, el reblandecimiento del cerebro, la atonía nerviosa e, incluso ¡el suicidio y la muerte!037.
Las ideas falsas, por absurdas que parezcan, se mantienen porque con cierta frecuencia disponen de una cierta base real para poder sobrevivir en el tiempo, aunque sea de una forma un tanto cogida por los pelos. Si no fuera así terminarían desapareciendo por sí solas ante la obviedad de su falsedad. De ahí que algunas de las consecuencias atribuidas a la masturbación hayan gozado de cierta credibilidad durante tantos años; manteniendo algunas su vigencia incluso en la actualidad. Véanse algunos ejemplos.
Todas las enfermedades relacionadas con procesos de debilitamiento, agotamiento o astenia adquirieron un relativo crédito a causa de la relajación que aparece tras el orgasmo en la mayor parte de las ocasiones y por sus propiedades ansiolíticas o tranquilizantes. Es precisamente una de las causas por la que el orgasmo resulta tan agradable. Pero, cuando se relaciona esa grata relajación con una práctica (artificialmente) culposa, resulta muy sencillo aportarla como prueba del desorden de un orgasmo "irregular". De ese modo, la flojedad propia del orgasmo se "transforma" o, más bien, "se interpreta como" un agotamiento del organismo provocado por una actividad inapropiada. La consecuencia lógica de ese adoctrinamiento es que cada vez que una persona sintiera su cuerpo relajado tras el orgasmo, tendería a deducir que su organismo se estaba aflojando por esa práctica. En definitiva: que estaba enfermando. Sobre todo si el orgasmo procedía de un acto autoerótico.
Pero el orgasmo del coito también ha sido cargado de culpa en no pocas ocasiones; incluso hoy día. Por eso, la relajación postcoital también llegó a considerarse un desorden que debilitaba al organismo. Se sostiene que el coito es culpable cuando lo practican los solteros (a veces en condiciones poco gratas como son los asientos de los automóviles) y los casados, fuera del matrimonio. Pero no hace muchos años también se declaraba culpable el coito que se realizaba dentro del matrimonio con una frecuencia que se juzgaba indecorosa, cuando no directamente pecaminosa por ser practicado en días especialmente señalados como santos en el calendario propio de las diversas religiones. En cualquier caso, siempre que su único fin fuera el placer. Los (posibles) sentimientos de culpa en ese tipo de cópulas, asociados a la relajación del orgasmo, permitían que también se llegara a interpretar esta última como un desgaste del organismo que, a la larga, sería dañino.
Algo parecido sucedería con la vieja creencia de que la masturbación "reblandece la médula y el cerebro" que aún subsiste en algunos medios escasamente informados. La idea procede de un antiguo concepto oriundo de la Grecia clásica que consideraba al cerebro como el órgano que producía el semen. El líquido seminal, que es capaz de engendrar nada menos que una vida nueva, estaba cargado de una energía potencial extraordinaria. Razón por la cual, en caso de dilapidarse mediante la masturbación o por coitos muy numerosos, habría de gastar "necesariamente" mucha energía nerviosa. Y como esta energía era ni más ni menos que cerebral, este órgano sería quien sufriría las consecuencias del dispendio con un reblandecimiento mortal. Y esta idea era aplicable a ambos sexos puesto que, como ya se ha visto, se conoce desde muy antiguo que la mujer también eyacula o tiene emisiones vaginales más abundantes durante sus orgasmos.
Atiéndase a lo que afirmaba Tissot en el Capítulo V, dedicado a la mujer, de su célebre libelo antimasturbación: “los síntomas que aparecen en las mujeres tienen la misma explicación que los de los hombres. La secreción que pierden, menos valiosa y menos madura que el semen del hombre, no las debilita enseguida; pero, como su sistema nervioso es más débil por naturaleza y son más propensas a los espasmos, cuando cometen excesos [masturbadores] los síntomas son más violentos” (adopto la traducción hecha por Marisa Abdala en el libro de Andreae S: Anatomía del deseo. Planeta. Barcelona. 2000 [pág 161]).
Ya lo saben las lectoras. Como las mujeres son todas unas histéricas (sistema nervioso débil, frecuencia de espasmos... ¿qué otra cosa quería decir ese autor?), la pérdida de sus fluidos durante la masturbación tiene peores consecuencias.
Algo parecido sucedería con la médula. Si los lectores de uno y otro sexo hacen un poco de memoria, recordarán que cuando sienten sus orgasmos, aprecian sensaciones que cada cual puede describir a su modo. Pero una de ellas podría ser como una especie de sacudida en la zona lumbo-sacra, la parte baja de la columna vertebral. Pues bien: posiblemente basados en esa incierta experiencia, en el pasado se consideraba la médula como la sede iniciadora de las sensaciones sexuales y del orgasmo. De hecho, los novelistas eróticos del siglo XIX y principios del XX se hacían eco de ese sentir popular y localizaban allí los orgasmos en sus relatos. Así, en los hombres sucedía que "su médula se contraía, impaciente por recibir la mágica pulsación". Y las mujeres exclamaban en plena pasión: "hazme tuya hasta que se me pare el corazón, hasta que me estalle la médula y me quede muertecita en tus brazos"244.
En un contexto de temor reverencial hacia la masturbación, o cualquier exceso sexual, era lógico esperar que estos terminaran por debilitar y reblandecer tan preciada zona, con la pérdida consecuente del tono nervioso. En este caso se asociaba el miedo y la culpa, con las sensaciones más o menos “reales” de sacudida en la médula y la lasitud benefactora del orgasmo. Maridaje mal interpretado como debilidad en esta trama preñada de espantos.
A pesar de la galería de horrores descrita en los párrafos precedentes, a todas luces desfasada para los conocimientos actuales, las consecuencias físicas de la masturbación que más preocupan a las chicas de hoy son básicamente: los “granos” de la cara y el acné, así como las posibles deformaciones ocasionadas en el clítoris y los labios menores de la vulva y, quizás, la frigidez y la pérdida del tono nervioso.
La respuesta a este último temor (la atonía nerviosa) ya se ha dado en los párrafos precedentes. Es un miedo infundado alimentado por quienes están interesados en crear angustia entre las jóvenes para llevarlas forzadas por el camino de un concepto peculiar de la “virtud”. Pero la masturbación no produce mayor desgaste que la misma frecuencia de coitos o practicar un deporte todos los días y ducharse después.
La cuestión de los “granos” de la cara, o del mismo acné, es una de esas desafortunadas asociaciones espurias que se apuntaron antes a las que se termina por dar una relación causa-efecto verosímil, aunque no la tengan. Lo que permite nutrir los temores populares frente a la masturbación.
Tanto lo uno como lo otro van realmente asociados a los cambios hormonales que acontecen en el organismo cuando se llega a la pubertad. Tales transformaciones ocasionan un aumento de la producción grasa de las glándulas sebáceas de la piel. En ocasiones, se acumula la queratina de la epidermis en su emboca-dura e impide que el sebo salga al exterior con normalidad. La grasa acumulada de ese modo es un caldo de cultivo excelente para los gérmenes, que terminan infectándola y originando esos “granos” y puntos negros faciales que tanto preocupan a las adolescentes.
Como en la pubertad aparecen a la par tanto los “granos” en el rostro como un incremento del autoerotismo, fue muy sencillo asociarlos y determinar que era la masturbación la que los ocasionaba (podía haberse resuelto que era al revés). Pero ningún dermatólogo se atrevería a sostener tal relación causa-efecto hoy, porque es falsa.
Tengan por seguro los lectores de ambos sexos que si la calvicie apareciera en la pubertad en vez de en la fase adulta de la vida de los hombres, o en el periodo posmenopáusico de la mujer, sin duda se habría atribuido su causa al abuso de la masturbación.
El temor a que la costumbre de masturbarse deforme el clítoris y los labios menores es más preocupante desde el punto de vista sanitario. Básicamente porque afecta a un buen número de las jóvenes, quienes, cuando tienen algún problema de salud auténtico, terminan por demorar cualquier exploración médica -máxime si se trata de un reconocimiento ginecológico- ante el temor de que en el transcurso de ella se descubra su hábito autoerótico por alguna secuela física observable en su organismo. Y dicha demora puede poner en verdadero peligro la salud de la joven al retrasar el diagnóstico de alguna enfermedad real. Pero el temor que origina dicho retraso carece de fundamento pues la masturbación no deforma los genitales de quien la practica. No produce cambios apreciables a simple vista. Por lo tanto: es quimérico pensar que alguien pueda descubrir que una chica se masturba con una simple exploración física. Ni aunque dicho examen sea ginecológico, se haga con una lupa de gran aumento y lo realice el galeno más sabio del mundo, sea hombre o mujer. Por otra parte, los médicos de ambos sexos no suelen preguntar a las púberes o adolescentes por sus hábitos autoeróticos. Son presa de los tabúes sociales que hace creer que las chicas “no hacen tal cosa”. Otra cosa son los chicos. Éstos sí que corren el riesgo de tener que pasar por la vergüenza de que se les pregunte por tales actividades a poco que tengan que hacer una consulta que implique los genitales. La presión social llega hasta los consultorios médicos.
Pese a todo, esos temores pueden tener una cierta base real que se ha extrapolado sin fundamento; lo que ha permitido alimentarlos en las mentes de generaciones de jovencitas inseguras. El autor no desearía que se interpretaran mal sus palabras y generar así una aprensión que está lejos de su mente ocasionar. Lean atentamente lo que sigue sin perder de vista las afirmaciones de los párrafos precedentes sobre la falsedad de las atribuciones que se hacen a la masturbación.
Dentro de la normalidad, el clítoris puede presentar una variedad de tamaños importante en cualquier grupo amplio de mujeres que se estudie. Si desean tener alguna referencia más concreta, les diré que el diámetro transversal del clítoris, en reposo, oscila en el 75% de las mujeres entre 3 y 6 milímetros; un tamaño que por su frecuencia puede denominarse "habitual". Además, existe un 5% de mujeres cuyo diámetro transversal del clítoris mide entre 1 y 2 milímetros; a los que se considera "pequeños". Y, finalmente, se llama "grandes" a los clítoris cuyo diámetro transversal, en reposo, se sitúa entre los 7 y 14 milímetros; tamaño que se encuentra en el 20% de las mujeres. Y todos ellos, hay que repetirlo, se consideran dentro de la normalidad185.
El aumento de tamaño del glande del clítoris se ha observado en algunas mujeres que han aprendido a masturbarse tardíamente, pasando de no hacerlo nada a ser unas masturbadoras muy activas. Pero ese incremento de tamaño no ocasiona el desarrollo de un clítoris peniforme. Esto es: no se convierte en un miembro semejante al masculino. Siempre se mantiene dentro de los márgenes de tamaño situado entre los límites de la normalidad mencionados. Y es un aumento de tamaño que sólo puede apreciarlo la propia mujer.
En realidad se trata de un aumento de tamaño relativo. Es una observación que puede hacerse en algunas mujeres adultas porque la ausencia de estímulos sexuales específicos ha mantenido su clítoris con dimensiones "infantiles". Al comenzar a masturbarse tardíamente y ejercitar su tejido esponjoso en el incremento de tamaño por la erección y en su reducción tras el orgasmo, el clítoris termina adquiriendo el calibre que debería haber tenido desde el principio si esa mujer hubiera comenzado a masturbarse antes, como las demás. De modo que, en estas observaciones, no se trata de que el clítoris aumente de tamaño, en realidad, sino que adquiere el que le correspondía desde una magnitud original anormalmente pequeña030.
Los jóvenes varones que sufren fimosis tienen una sensación parecida cuando les operan. Al liberarse el glande y poder expandirse con normalidad, tienen la sensación subjetiva de que el pene ha crecido. Pero, simplemente, se le ha dejado alcanzar el tamaño que le correspondía.
Estas observaciones, mal interpretadas, podrían estar en el origen de la quimera que supone que la masturbación deforma el clítoris.
A pesar de todo, recuérdese que se está hablando de un número limitado de mujeres; y de fracciones de milímetros o de algún milímetro. No se trata de un "agigantamiento" que suponga la virilización de la mujer, o su mutación a homosexual, o su metamorfosis en ninfómana, como se ha llegado a afirmar en alguna ocasión incluso en textos escritos245.
En lo que se refiere al tamaño de los labios menores, solo puede afirmarse que tampoco aumentan su longitud ni se deforman con la masturbación. Este temor también constituye un buen ejemplo de asociación espuria que se ha transmitido como si de una relación causal cierta se tratara. Algunos autores se han hecho eco de esta fantasía escribiendo en libros supuestamente destinados a la educación sexual que "[en las mujeres masturbadoras] los labios menores sobresalen en forma de colgajos" (!)246.
La forma, el color, el grosor y el tamaño de los labios menores de la vulva varían de unas mujeres a otras, dentro de la normalidad. Y una característica anatómica de estos es que casi siempre son asimétricos en la propia mujer. También es cierto que en algunas los labios menores cuelgan más de lo habitual hasta el extremo de poder contemplarse a simple vista aunque tengan cerradas las piernas. Sin embargo, ello no es debido a la masturbación. Es una peculiaridad anatómica, más o menos soportable y estética, como puede serlo la forma y el tamaño de los pechos, de la nariz o de las orejas.
Pero como el desarrollo adulto de los labios menores no se produce hasta la pubertad, las chicas no advierten su asimetría y longitud hasta entonces, que es la edad en la que aumenta la autoobservación debido a la natural curiosidad del momento. La misma época en la que aparece la masturbación, si no lo ha hecho antes. Si la chica se masturba con sentimientos de culpa y es permeable a las historias de terror relacionadas con esta práctica, terminará por creer que se ha provocado esa deformación ella misma. Lo que no es cierto, ni de cerca, ni de lejos, ni a media distancia.
Hagamos un poco de ficción para relajarnos. Como ya saben, los pechos normales también son asimétricos entre las mujeres: uno es algo mayor, pesa y cae más que el otro. Si las mujeres se masturbaran exclusivamente acariciándose los pezones, en vez de la vulva, seguro que se habría atribuido semejante deformidad a la masturbación; puesto que ambas cosas se desarrollan aproximadamente a la misma edad. Con lo que hoy no se encontrarían jóvenes practicando top less en las playas por temor a que los demás advirtieran su costumbre autoerótica.
La reducción de los argumentos al absurdo es un ejercicio muy saludable en cuanto a las historias que se relatan acerca de la sexualidad y de la masturbación. Debería practicarse más a menudo, en lugar de repetirlas sin hacer un mínimo de crítica.
Sostener que la masturbación ocasiona modificaciones físicas apreciables en los genitales femeninos es absurdo y hoy mueve a risa. Pero hubo una época donde se creyó firmemente en ello, hasta el extremo de que su presencia podía poner en duda un delito de violación. La legislación antigua (siglo XIX) entendía que la práctica de la masturbación podría ser motivo de consentimiento para la violación al reflejar costumbres libertinas en la mujer asaltada (!?). Y para determinar su presencia había que encontrar los signos que la evidenciaban. Los cuales eran: “el enrojecimiento lívido de la membrana vulvar, el clítoris generalmente más voluminoso y turgente, el alargamiento a veces considerable y la flacidez de los labios menores”. Tal “desarrollo precoz debe atribuirse a la excitación prolongada por hábitos antiguos y desarrollados de masturbación”247. La joven que tuviera alguna de tales características, anatómicamente normales, y sufría la desgracia de ser violada, era automáticamente culpabilizada de esa agresión. ¡Estremece sólo pensar en ello!
Una futura frigidez es otra de las amenazas que se esgrimen contra las mujeres que se masturban. Esta idea se basa en la teoría freudiana de que la mujer adulta, para ser psicológicamente madura, debe transferir su sensibilidad orgásmica desde el clítoris a la vagina046. De no hacerlo así, quedaría encuadrada en el grupo de "mujeres clitorianas", infantiles o inmaduras, frente al de las "mujeres vaginales", que serían las auténticamente maduras. Y por esa causa serían incapaces de experimentar orgasmos en la cópula, por tener su sensibilidad inmaduramente fijada en el clítoris. Ya he comentado en otra parte que esta idea de la sexualidad femenina es errónea041. No insistiré más en ello. Sólo recordaré que las mujeres frígidas, es decir, las que son totalmente anorgásmicas, sea cual sea el procedimiento de estimulación utilizado, y carecen de cualquier otra sensación voluptuosa son raras. Este mito hace referencia, más bien, a la anorgasmia en el coito. Pero también he señalado con anterioridad que no es verdad que la masturbación transforme a las mujeres en anorgásmicas. Y no me repetiré aquí.
Sólo añadir que se ha encontrado que el 94% de las mujeres que se habían masturbado sin tener problemas de conciencia, ni sentimientos de culpa, alcanzan el orgasmo en el coito sin mayores dificultades. Y también lo conseguían el 85% de las que se habían masturbado muy intensamente en sus vidas; lo contrario de lo que se predica a tal efecto. Hay más: aun aquellas que se habían masturbado reprimiéndose muy fuertemente, con sentimientos de culpa muy consolidados, llegaban al orgasmo en el coito en el 83% de los casos. Sin embargo, sólo alcanzaban el orgasmo en el coito el 35% de las mujeres que decían no haberse masturbado nunca030.
El panorama que dibujan esos datos es completamente diferente al marcado por los temores infundidos en las jóvenes para conseguir que dejen de masturbarse. La masturbación no sólo no torna frígidas a las mujeres, sino que les facilita el camino para tener un mejor ajuste sexual en sus relaciones de pareja, al contrario de lo que sucede con las que no se masturban o afirman no hacerlo. O, al menos, señalan que las mujeres sin inhibiciones sexuales importantes son más capaces de disfrutar del sexo (tanto masturbándose como en el coito) que aquellas que reprimen su sexualidad hasta el extremo de no permitirse ni masturbarse, ni disfrutar en la cópula.
Pero hay más.
El mismo investigador citado030 ha encontrado que las dismenorreas (reglas dolorosas) son más frecuentes (60%) entre las mujeres que se masturban con fuertes sentimientos de culpa; algo menos entre las que afirman no haberse masturbado nunca (40%); y menos aún (15%) entre las que se masturban sin ninguna clase de represión. Los resultados de otros autores permiten añadir a estos hallazgos que existe un buen número de mujeres que han aprendido a combatir la dismenorrea precisamente masturbándose inmediatamente antes, y durante la regla. Como el orgasmo favorece las contracciones del útero, las molestias disminuyen193.
Más aún. En el primer parto de mujeres que se casaron vírgenes y quedaron inmediatamente embarazadas, las contracciones del útero fueron más eficaces en el 86% de las que se masturbaban sin mayores problemas de conciencia; mientras que dicha eficacia sólo aparecía en el 45% de las que lo habían hecho muy reprimidas y con una fuerte carga de culpabilidad. Pero la competencia de las contracciones disminuye al 17% entre las mujeres que afirmaban no haberse masturbado nunca030.
Estos datos no pueden extrañar si tenemos en cuenta que la oxitocina, la hormona que se libera durante el orgasmo y se considera responsable de este, como ya se ha visto, es también la causante de la secreción láctea y de las contracciones uterinas. La masturbación no haría más que entrenar el organismo en la liberación de esa hormona y facilitar su secreción cada vez que es requerida para alguna otra función femenina.
La masturbación tampoco ocasiona mayores problemas en las funciones fisiológicas propiamente femeninas -la regla y el parto lo son por excelencia-, sino que, por el contrario, parece beneficiarlas. Dicho con todas las precauciones que se deseen.
Las consecuencias psicológicas.
La locura, la melancolía, el cretinismo o la idiocia, la pérdida de la memoria, la demencia, la histeria, la neurosis, y la inmadurez psíquica en general han sido los achaques psicológicos atribuidos inapropiadamente a la masturbación037.
Algunos ilustraron tal suposición con observaciones reales pero interpretadas a su gusto. Por ejemplo, es cierto que resulta posible ver masturbarse en público a algunas chicas disminuidas psíquicas, a algunas enfermas mentales, o a ancianas con sus funciones superiores deterioradas por la demencia. Sostener sobre esa base que la masturbación es la causa de sus dolencias resulta insultante. Lo que realmente ocurre -cosa, por otra parte, no muy difícil de inferir- es que esas enfermas tienen las mismas necesidades sexuales que las personas cuerdas, pero carecen de sus mismos frenos psicológicos y sociales. Por eso, cuando surgen sus deseos eróticos, como lo frecuente es que carezcan de compañeros con los que mantener relaciones, no sienten ningún pudor en masturbarse delante de cualquiera, en lugar de aislarse como harían las mujeres sanas. Pero en tales casos, lo primero es su insania y lo secundario la masturbación. O, dicho de otra manera más apropiada: la masturbación es una práctica común entre las personas cuerdas y las que no lo son; la diferencia se encuentra en que estas últimas hacen a la vista lo que aquéllas ocultan.
En cualquier caso, aquí también es aplicable la reducción del argumento al absurdo para comprobar su insolvencia. Ya lo habrán hecho los lectores por su cuenta al verificar que las calles no están llenas de deficientes mentales; a pesar de que la mayoría de las personas que las transitan se habrán masturbado en más de una ocasión.
No parece que valga la pena detenerse más en ello.
Sin embargo, no está de más valorar aquí la relación causal que algunos han establecido entre la masturbación y las neurosis en general -lo que incluye a la histeria- así como con la inmadurez de la personalidad.
Es bastante común la idea de que las personas que no tienen relaciones sexuales terminan "mal de la cabeza". En su versión machista, estar "mal jodida" o "mal follada" (y perdónenme las expresiones) es una idea que se esgrime públicamente sin recato para justificar el mal humor o la condición destemplada de algunas mujeres; en su versión hembrista, "ése necesita echar un polvo" o "necesita que le hagan un favor" son otras frases que se escuchan con frecuencia haciendo referencia a los hombres ariscos o de carácter acedo.
Con semejantes expresiones se resume un lugar común existente entre la población general por el que se considera que una vida sexual desarreglada o inexistente conduce a la neurosis. Como para algunos no hay nada más desarreglado en la sexualidad que la masturbación, se ha terminado por afirmar que ella es causa de las neurosis046 (Freud lo creyó durante la mayor parte de su vida), o que resulta un indicador de la inmadurez de la persona que la practica; puesto que lo maduro es pasar de la masturbación infanto-juvenil a las relaciones sexuales con otro sujeto en edades adultas.
Las cosas, sin embargo, suceden realmente de otra manera. Son las personas neuróticas y las previamente aisladas las que, dentro del marco de desadaptación interpersonal que sufren, padecen también problemas en la esfera sexual como un síntoma más de ese desajuste. Después de todo, mantener relaciones sexuales exige interaccionar con otros sujetos, tener en cuenta sus necesidades, solicitar adecuadamente que se contemplen las propias, etc. En tales casos, lo primario es la neurosis, y lo secundario, o uno entre otros síntomas, una vida sexual deficiente.
La experiencia clínica enseña que la ausencia de masturbación no sólo no es signo de virtud, sino que revela lo contrario: una represión tan masiva de la propia sexualidad (que la persona argumenta “no necesitar”) que el sujeto no se permite disfrutarla ni de la manera más sencilla como es masturbándose127.
No insistiré más en ello, remito al lector a los capítulos pertinentes.
Muchas mujeres sostienen aún el viejo mito de que la masturbación ocasiona dificultades en el coito, incluso por escrito014 (también se mantiene en algunos consultorios sexológicos de las revistas “femeninas” y en novelas escritas por autoras de ese sexo; lo que demuestra la fuerza con la que está enraizado el tópico), pero proyectado hacia el hombre.
Contribuye a ello las dificultades que unos y otras pueden tener en los encuentros sexuales más o menos fortuitos y deseados. Cuando un hombre no consigue eyacular en el coito, la actual mitología femenina lo interpreta con cierta frecuencia como que el joven está acostumbrado a masturbarse y, entonces, el estímulo del coito le resulta menos eficaz para alcanzar el orgasmo (es una afirmación que algunas también hacen respecto a sí mismas, como se ha visto, pese a no ser cierta). Y cuando lo alcanza muy rápidamente, o simplemente antes que la chica, el problema se formula de manera distinta: acostumbrado a un orgasmo rápido durante la masturbación, no aprenderá a controlarse bien durante el coito. Es decir, que el mismo acto puede interferir de dos formas diferentes en el coito según ese tópico.
También es falso, naturalmente. Según indica ese mito, la masturbación ejerce un impacto desigual y divergente, según el sexo de quien la practica. Y, además, en los hombres lo mismo podría producir eyaculación retardada como eyaculación precoz que son fenómenos completamente diferentes. Ya he señalado que no es cierta la influencia que se creía que tenía la masturbación sobre la mujer. No hay ninguna razón para pensar que sí la tiene sobre el hombre. Se ha demostrado que los varones que padecen eyaculación precoz, controlan muy bien el tiempo del orgasmo durante la masturbación (tardan más en llegar al orgasmo masturbándose que en el coito)248; que es justo la idea contraria sostenida por ese mito y que reflejan algunos medios de comunicación y consultorios sexológicos mal informados cuando recomiendan practicar en solitario técnicas de retraso eyaculatorio (que sólo son útiles cuando las aplica la pareja del sujeto afectado; pues es en el contexto de una relación de pareja donde aparece la ansiedad que ocasiona las llamadas eyaculaciones precoces). El problema está en que tal mito lejos de ser convenientemente esclarecido por los medios de divulgación, lo enraízan con este tipo de comentarios irreflexivos.
Incomprensiblemente, aún se sigue sosteniendo en algunos libros de autoayuda sexual femenina escrito por mujeres que la masturbación (rápida) puede ocasionar eyaculación precoz en los hombres014,019. Y algunos supuestos expertos divulgadores sobre sexualidad humana lo siguen manteniendo.
¿Hay que repetir otra vez que la masturbación no causa ninguna de las alteraciones que se le atribuyen en ninguno de los dos sexos?
Lo que no parecen entender los jóvenes de ambos sexos es que después de una fiesta regada con alcohol (u otras sustancias) tanto uno como otra tengan dificultades para alcanzar el orgasmo en el coito (orgasmo retardado en el chico y en la chica), precisamente a causa de la acción sedante del alcohol (que obstaculiza la excitación) y por la acción depresora que ejerce este sobre la secreción de oxitocina249 (el neuropéptido responsable de las sensaciones orgásmicas en ambos sexos232).
Los únicos problemas psicológicos que realmente podrían atribuirse indirectamente a la masturbación, son los ocasionados por los infundados temores inducidos en las mujeres desde fuera para que dejen de masturbarse. Semejante ambiente genera un desasosiego que no hace más que incrementar los sentimientos de culpa por los reiterados fracasos acumulados al intentar abandonar esa actividad.
Son fracasos que no pueden extrañar. La sexualidad es una función natural del ser humano. Es una tensión que surge espontáneamente, o inducida por los estímulos pertinentes procedentes del exterior. Por utilizar una terminología coloquial: es algo que "pide el cuerpo", entendiendo la voz cuerpo por algo más extenso que lo puramente orgánico. La masturbación, ya se ha dicho, es una de las formas de reducir los niveles de tensión sexual más sencillas. Es un recurso al que se recurre con facilidad por su proximidad, máxime en una época de la vida en la que concurren una excitabilidad sexual recientemente descubierta e intensa y la prohibición social de mantener relaciones sexuales. Un recurso que se mantiene después a lo largo de toda la vida, como hemos tenido oportunidad de comprobar en otro capítulo.
No son pocos los autores que se han manifestado a favor de la masturbación por considerarla una actividad sexual como otra cualquiera que, por otra parte, está incluida en el proceso de desarrollo del ser humano. Su práctica proporciona un equilibrio psicológico y físico que no son despreciables, aparte de que pueda contribuir a la adaptación a una vida sexual de pareja bien templada. Por eso, insistir en su represión es ir en contra de la Naturaleza. Y de ahí vienen esos repetidos fracasos en abandonarla; los sentimientos de culpa por no lograrlo; y la ansiedad.
Las referencias bibliográficas están extraídas de mi libro “MASTURBACION FEMENINA. Su realidad y leyenda”, descargable gratuitamente desde la pestaña “Mis libros” de este blog

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