Los humanos
somos un tipo exótico de primate por muchas razones en las que no se puede
profundizar ahora. Pero hay una que sí nos interesa resaltar aquí. Y para
discutirla sería interesante establecer una pequeña comparación entre nosotros
y nuestros primos los chimpancés, con quienes tenemos bastantes semejanzas
genéticas, sociales y cognitivas169,170,171,172.
Entre ellas, puede
decirse que tenemos en común que las hembras sólo son fecundables en periodos
muy cortos de tiempo que se repiten periódicamente durante una buena parte de
sus vidas. Como nunca se sabe cuándo puede encontrarse a una hembra
fertilizable, los machos de ambas especies han de estar capacitados de forma
permanente para responder desde un punto de vista biológico y psicológico a una
que se encuentre en tal estado. Es una ley que no se puede transgredir, pues
viene dictada por las necesidades de supervivencia del grupo y de los propios
genes.
Respecto a los machos
humanos, no está de más advertir que tener siempre la disponibilidad no
significa estar siempre disponibles.
Implica que su organismo tiene el potencial de ponerse en situación cuando
surge la oportunidad.
Es en este punto donde se
produce una diferencia zoológica aparente: los machos chimpancés saben que una
hembra está receptiva, en periodo fecundable, porque ella les muestra unas
señales inequívocas en sus genitales (una sonrosada hinchazón) que también
cambian de olor. Pero los machos humanos carecen de esa suerte, porque las
hembras no tienen nada parecido. En nuestra especie, siempre se fecundó “a
ciegas” hasta hace bien poco. O al menos así se ha creido.
Ese periodo de
receptibilidad al macho que tienen las hembras de nuestros parientes los
chimpancés y otras especies “inferiores”, se conoce con el nombre de “celo” o
“estro”. Fuera de esos días, nuestras primas no aceptan el intercurso sexual
con sus machos, según la creencia popular sobre el tema.
La voz estro
procede del griego oístros, que
significa tábano o aguijón. En sentido figurado se le da el significado de ardor sexual. Algo parecido sucede con
la palabra celo, del griego dsêlos, a la que se aplica el
significado de deseo reproductivo
entre los animales.
Las hembras humanas,
carecen de este periodo de “celo”, y por eso se dice que son sexualmente
receptivas de una forma permanente. De ese modo quedaría compensada la ausencia
de una señal que muestre al macho humano el momento más idóneo para
fecundarlas.
Sin embargo,
no hay que interpretar literalmente la idea de que las mujeres tienen una
disposición constante para las relaciones sexuales. Es cierto que pueden estarlo, pero no lo es que siempre lo estén. Dicho con otras
palabras: las mujeres no están permanentemente motivadas, excitadas y
dispuestas para el sexo, sino que tienen esa disposición para ponerse en situación cuando existe un estímulo
pertinente que las incentiva. Ya señalé antes que con los hombres sucede otro
tanto.
Que los deseos
sexuales femeninos son frecuentes, es cierto; ya lo hemos visto. Y también sus
ganas de satisfacerlos. Eso avalaría la idea de que la receptibilidad sexual
femenina permanece intacta todo el tiempo y carece de una ritmicidad acompasada
con la situación biológica de su ciclo menstrual.
No obstante,
ni es tan seguro que nuestras primas chimpancés sean sexualmente inapetentes
fuera del periodo de “celo”, ni tampoco parece que las hembras de nuestra
especie no concentren sus deseos sexuales en momentos concretos del ciclo
ovárico.
a.- En las hembras bonobos.
Aunque la
observación del estro parece un hecho entre nuestros parientes los simios, los
bonobos, o chimpancés pigmeos (Pan paniscus), mantienen actividades
sexuales muy alejadas del momento de la ovulación. Utilizan el sexo para
interactuar socialmente, y lo usan también con fines lúdicos claramente no
reproductivos173.
algo que sucede también entre simios más alejados evolutivamente de los humanos174,175.
La sociedad
bonobo es fascinante. Parece nuclearse en torno a un círculo de hembras
dominantes que mantienen sus vínculos interactuando de forma permanente entre
sí mediante la desparasitación ritual y el intercambio de refuerzos sexuales
positivos por medio del tribadismo (frotamiento de unos genitales con otros).
Algo que no está relacionado con el celo. Cuando les conviene, saben
manejar adecuadamente la agresividad de los machos dominantes, que siempre
están subordinados a ellas173.
Se ha
observado algo muy interesante entre estos chimpancés. Los machos suelen
desarrollar toda su vida dentro del grupo que les ha visto nacer, mientras que
las hembras tienden a emigrar a otro clan, probablemente para reducir el riesgo
de acoplarse con un macho reproductor que bien podría ser su padre. De hecho,
un buen número de las hembras bonobos se movilizan hacia otros grupos
diferentes al suyo para reproducirse. Pero eso no se hace de cualquier manera:
exige un complicado proceso de adaptación de la recién llegada a las costumbres
del grupo receptor (ya se comenta en otra parte que los distintos grupos de
chimpancés tienen modelos de comportamiento distintos entre sí; conductas que
obedecen a verdaderas culturas diferenciadas176). Pero las jóvenes hembras
bonobos no se adaptan de cualquier manera; siguen una estrategia específica
para obtener antes que nada el beneplácito del círculo de hembras dominantes
del grupo adoptivo. Y para conseguirlo se dedican a acicalarlas y a prestarles
los servicios sexuales mencionados más arriba; los mismos que estas emplean
entre sí para mantener la amistad y reforzar los vínculos. Sólo cuando las
hembras dominantes del grupo receptor aceptan a la recién llegada, se le
permite tener acceso al círculo de los machos reproductores173.
Es un modo de
utilizar el sexo que se encuentra bastante alejado del momento restringido de
la ovulación. Es un sexo hedónico e instrumental, no reproductivo.
En
líneas generales, el sexo es utilizado por todos los bonobos para interactuar
socialmente y limar tensiones, sean machos o hembras, adultos o retoños.
Comparten con nosotros, pues, la separación parcial que existe entre el sexo y
la reproducción.
Y se asemejan
a nosotros aún más de lo que se cree. Así, los bonobos que viven en libertad no
sólo practican uno de cada tres de sus coitos en la “posición del
misionero"; esto es: con la hembra tumbada de espaldas en el suelo y el
macho encima, cara a cara (lo que se creía una práctica exclusivamente humana,
y a la que se atribuía ciertas connotaciones emocionales superiores que
pretendían justificar dicha exclusividad)173, sino que la receptividad
sexual de la hembra se manifiesta casi sin solución de continuidad durante todo su ciclo menstrual.
Además,
utilizan el sexo en los contextos más variados y en cualquier clase de
combinación de parejas (adultos-adultos, jóvenes-jóvenes, adultos-jóvenes,
machos-hembras, machos-machos, hembras-hembras): practican el sexo oral
esporádico, la masturbación de los genitales de otro individuo, besos intensos
con lengua; utilizan el sexo para evitar conflictos, para aliviar tensiones,
para reconciliarse, y para lograr de otro individuo alimentos o cualquier otra
cosa de su interés. Tal comportamiento exige saber que dichas actividades
producen unas sensaciones que son capaces de aliviar las tensiones. Existen
otras ocasiones en que los bonobos no utilizan el sexo para pacificar a otro
miembro de su especie; se limitan a saludarle con las manos o a espulgarles.
Ello parece indicar cierta capacidad discriminativa para decidir la clase de
conducta de apaciguamiento que precisan utilizar en cada momento. Son comportamientos
que no parecen muy instintivos. Se aprenden. Las hembras bonobo también se
masturban a solas; lo que, por muchas vueltas que se le quiera dar, carece de
otra significación que no sea la búsqueda del placer proporcionado por esa
actividad102,171,173,177.
b.- En las hembras humanas.
¿Y entre las
mujeres? ¿Existe algo parecido al “celo”? No podría sostener que sí; pero
tampoco se puede decir que no.
Una
investigación realizada hace más de cincuenta años ya reveló que la apetencia
sexual femenina oscilaba durante el ciclo menstrual. Un 71% de las mujeres
afirmaban sentir más deseos sexuales antes
y durante la menstruación (fase luteínica); otro 41% se sentían sexualmente
sensibles poco después de esta (fase
folicular); y cerca del 8% se notaban con más deseos durante la ovulación007.
En el informe
sobre la sexualidad femenina que Shere Hite realizó mucho después, las
encuestadas refirieron que sentían más deseos sexuales antes y durante la menstruación (72%). Otro 16% afirmaban sentirse
más dispuestas sexualmente durante la ovulación.
Y el 12% lo estaban después de la
menstruación034.
Ambas
investigaciones parecen coincidir en que alrededor del 84% de las mujeres
sienten más apetito sexual durante la fase luteínica (en la segunda mitad del
ciclo, Tabla I), esto es: después de producirse la ovulación.
Es probable
que muchas lectoras se identifiquen con estos datos. Sin embargo, desde un
punto de vista científico, hay que ponerlos en tela de juicio, pues se basan en
la percepción subjetiva que tiene la mujer del día del ciclo menstrual en el
que se encuentra. Y está comprobado que dicha identificación concuerda poco con
la situación (hormonal) real de aquel. Dicho con otras palabras: las mujeres
tienden a equivocarse con frecuencia en la percepción del día del ciclo en el
que están178.
Es posible que esta sea una de las razones por la que
fracasa con tanta frecuencia el método anticonceptivo de la continencia
periódica. Tradicionalmente se atribuyen tales fallos al afán de “arañarle”
días al ciclo para tener más relaciones sexuales. Pero quizás muchos de los
“hijos de Ogino” estén más vinculados con esas dificultades que tienen las
mujeres para determinar con exactitud el día del ciclo en el que se encuentran
que con la picardía de alegrarse un poco más la vida.
Ese fracaso parece lógico, por otra parte, ya que las
mujeres tienen más cosas en las que pensar durante cada día, diferentes a la
determinación del momento del ciclo en el que estén en cada ocasión.
Tabla I.- Síntesis
del ciclo genital femenino.
Días |
Etapas del ciclo |
1-3
|
Menstruación
|
4-13
|
Período folicular
|
14
|
Ovulación
|
15-28
|
Período luteínico
|
Como las
investigaciones citadas más arriba hacen que sus datos dependan de la destreza
femenina en detectar el momento que se encuentra su ciclo, es admisible dudar
de sus resultados. Por eso habrá que considerar tan sólo los de aquellas
investigaciones donde se haga una evaluación más objetiva del ciclo menstrual.
Uno
de esos procedimientos es el control diario de la temperatura corporal basal de
la mujer, que, como saben, sufre un incremento durante la ovulación. Algunos
autores han observado con ese método que la conducta sexual femenina que
depende exclusivamente de ella misma, como son el coito a iniciativa propia y
la masturbación, se incrementa progresiva y significativamente desde el final
de la menstruación hasta el inmediato premenstruo siguiente, con un pico en los
días de la ovulación179,180. Tales diferencias desaparecen cuando la
mujer toma anovulatorios hormonales; al cesar la ovulación se esfuman las
fluctuaciones sexuales durante el ciclo menstrual180. Sin embargo,
otros autores han encontrado que, incluso entre estas últimas, se observa un
aumento de la actividad sexual en lo que sería la segunda mitad del ciclo; esto
es, después de la fecha en que debería haberse producido la ovulación154.
En cualquier
caso habrán advertido que estos resultados son muy similares a los referidos
con anterioridad: la mujer se siente más receptiva sexualmente, y desarrolla
una mayor actividad auto- y heteroerótica, desde
el momento de la ovulación hasta la menstruación siguiente, en la fase
luteínica.
Pero si bien
parece que las mujeres tienen más deseos sexuales después de ovular (lo que
favorecería la fecundación, aunque sólo fuera en los primeros días siguientes a
la misma), cabría preguntarse si también se excitan frente a estímulos eróticos
específicos en unos momentos del ciclo más que en otros.
Aquí, los
resultados son más bien confusos.
Slob y cols.181 han comunicado
que las mujeres se excitan más en la fase folicular (después de la regla y
antes de la ovulación) que en la luteínica, cuando contemplan vídeos eróticos o
se masturban con vibradores. Es una excitación que suele mantenerse durante 24 horas;
tiempo en el que se producen más fantasías y se tienen deseos eróticos con más
frecuencia que en otros momentos del ciclo. Se ha comprobado también que las
mujeres reaccionan a los vídeos eróticos con mayor intensidad, tanto subjetiva
como genitalmente, cuando realizan una segunda sesión siempre que estén en esa
fase folicular182.
Graham y cols.
han encontrado que las mujeres tienen más deseos sexuales y mejor humor en el
tiempo periovulatorio que en el
periodo folicular183.
Parece
comprobado que la sensación subjetiva de excitación sexual y las reacciones
genitales elaboradas frente a vídeos eróticos es la misma esté la mujer en el
día del ciclo menstrual que esté. Esto es: su ciclo no condiciona ni la
intensidad ni la rapidez de su respuesta sexual frente a los estímulos
pertinentes154,184,185. Esto
permitiría afirmar que si bien los deseos sexuales de las mujeres parecen
fluctuar a lo largo de su ciclo menstrual, una vez situadas ante estímulos
eróticos efectivos, sus reacciones sexuales son siempre parecidas.
Es
posible que existan elementos más sutiles que intervienen en la excitabilidad
sexual femenina. Esto es algo que sólo la investigación de los últimos tiempos
está permitiendo dilucidar con cierta limpieza. Así, se ha encontrado que las
reacciones genitales de las mujeres ante estímulos eróticos eficaces se
incrementan cuando estos van acompañados de fragancias que “huelan a varón”, si
se encuentran en la fase folicular183. Es decir, antes de la ovulación.
Los
olores parecen jugar un papel importante en las relaciones sexuales humanas.
Bastante más de lo que se venía admitiendo hasta ahora, horrorizados como
estábamos de aceptar que nuestro cuerpo pueda mantener rastros del origen
animal que siempre tuvo. No se trata de que todos intentemos oler bien para
facilitar nuestra vida social y soportarnos mejor a nosotros mismos. También
nos gusta sentir el olor de nuestra pareja, y percibirlo cuando la abrazamos o
en las cosas que usa, por ejemplo. Pero nuestra sensibilidad al olor va aún más
lejos. La piel segrega unos mediadores químicos denominados feromonas, imperceptibles de forma
consciente, que tienen la virtud de inducir cambios en el sistema
endocrinológico y en la conducta de la muy culta y civilizada especie humana.
En líneas
generales, hombres y mujeres emiten feromonas que atraen al sexo contrario.
Mas, eso no quiere decir que les exciten, ni que les induzcan a mantener
relaciones sexuales. Se ha comprobado que la exposición a esas feromonas no
incrementa la actividad sexual autónoma (masturbación) que sería lo que mediría
realmente dicha acción; promueven más bien el trato social entre ambos sexos186,187.
Qué
duda cabe de que para facilitar el contacto sexual lo primero que se hace
necesario es que unos y otras interaccionen socialmente. Tales aproximaciones empáticas se relacionan con el momento en el que
está el ciclo menstrual de la mujer.
Las
feromonas masculinas (androstanos) no
son habitualmente atractivas para las mujeres, quienes pueden llegar a
sentirlas incluso repulsivas mientras se encuentran en cualquier momento no
ovulatorio de su ciclo ovárico. La Naturaleza nos diría que es una forma de
mantenerlas alejadas de los machos de su especie cuando no conviene. Pero
durante la ovulación, los androstanos
se vuelven milagrosamente neutros para las sensibles células olfativas
femeninas; no sólo los toleran mejor, es que, además, su percepción les hacen
sentirse relajadas y tranquilas, proclives a encontrar a la gente más atractiva
que en otros momentos del ciclo188. En definitiva, las mujeres se
tornan más receptivas cuando ovulan; se sienten con mayores niveles de tensión
sexual por los altos niveles de testosterona que circula por su torrente
sanguíneo en ese momento; ven a los hombres con mejores ojos; se sienten más a
gusto con ellos y más dispuestas a interaccionar social y sexualmente.
Algo
similar les pasa a ellos con la feromonas vaginales (copulinas). El olor les resulta desagradable salvo cuando procede
de una mujer que está ovulando. Entonces no sólo se vuelven neutras las
copulinas a su olfato, sino que, además, las fotografías de mujeres que antes
les resultaban poco atractivas, se tornan milagrosamente seductoras bajo la
influencia de esas fragancias corporales; a la vez que sus niveles de
testosterona suben a más del doble de la cantidad que circula normalmente189.
En definitiva, las mujeres ovulando se tornan irresistibles para los hombres
por mediación del olfato.
Sin embargo,
la mayor receptividad femenina en el momento de la ovulación no es algo tan pasivo
como han mostrado los resultados de la investigación que he comentado antes;
sucede todo lo contrario. Se ha podido comprobar que las jóvenes, incluso las
que están emparejadas, tienden a cumplir un ritual mensual con sabores
atávicos: acuden solas a las
discotecas, con poca ropa, para bailar seductoramente a la vista de todos los
hombres que están allí presentes. Y ellas mismas reconocen sentirse tentadas a
responder a los requerimientos de los varones que se les acercan, aunque no
fuera esa la intención consciente que tenían al acudir a la discoteca. Esto es,
se encuentran especialmente excitadas y seductoras aun sin ser conscientes de
ello ni verbalizarlo de esa forma.
Cuando se
determinó el momento hormonal cíclico de esas chicas se descubrió que estaban ovulando. Las mujeres que se
encontraban en las mismas discotecas vestidas más comedidamente, o con sus
parejas, estaban en otros momentos del ciclo menstrual. Las diferencias eran
estadísticamente significativas, iban más allá del simple azar, no sucedían de
un modo casual190.
Esto es: las mujeres que están ovulando
no sólo se sienten más atraídas por los hombres, más tranquilas, más eufóricas
y con más deseos sexuales, sino que atraen a los varones mediante la emisión de
señales olfativas que les hacen más atractivas a los ojos de ellos y mantienen
comportamientos visuales seductores para motivarlos. Algo que no sucede en
cualquier otro momento del ciclo menstrual.
Durante la
ovulación, las mujeres prestan mayor atención al aspecto físico (indicador de
salud y de transmisión de genes vigorosos) que a la inteligencia de los
hombres. Se ha comprobado que en ese momento de su ciclo se sienten
especialmente atraidas por los rostros que reflejan rasgos más viriles, aunque
sepan que el sujeto es menos inteligente191.
Tales
descubrimientos permiten explicar conductas que hasta ahora habían recibido
toda suerte de razonamientos sociales y psicológicos casi en exclusiva, sin
convencer del todo. Ahora resulta que el fracaso de las campañas de información
que se realizan periódicamente sobre los adolescentes para que utilicen
anticonceptivos en sus encuentros sexuales también podrían tener una
explicación biológica. En las edades en que las hormonas están más alborotadas,
la Naturaleza conspira contra ellos (los reproductores más fuertes y sanos)
haciéndoles sentirse más atraídos los unos por los otros mediante los olores y
promoviendo en las hembras conductas diseñadas para atraer al macho, precisamente en el momento de la ovulación.
El periodo de mayor riesgo de embarazo. Y por si fuera poco, tales conductas de
proximidad y (potencial) apareamiento (me estoy refiriendo a las citas, a la
asistencia a discotecas, etc.) suelen acontecer con más frecuencia por las
tarde-noches, cuando el semen de los
chicos tiene mayor calidad fecundadora (la eficacia del semen empeora por
las mañanas)192.
Si a ello se
añade que a estas edades los jóvenes se sienten invulnerables, valoran el
riesgo como algo positivo, y se muestran excesivamente optimistas en cuanto a
su capacidad para dominar la realidad193,194, la mezcla de todo ello puede resultar explosiva; y
de hecho lo es.
En España
quedan embarazadas al año el 1% de las adolescentes que se encuentran entre los
15 y los 19 años de edad. Esos embarazos representan el 4,4% de la cifra anual
total de ellos. El 39% de esos embarazos adolescentes finalizan en un aborto195; porcentaje que
en 2007 se incrementó hasta el 70% en la ciudad de Barcelona (EL PAIS nº ,
21/11/09).
Estos
condicionamientos biológicos explicarían también, al menos en parte, por qué
una chica se siente irresistiblemente atraída por un chico en un momento dado
(ovulación), y cuando consigue una cita con él la semana siguiente, lo
encuentra por completo decepcionante sin saber exactamente por qué. Algo
parecido a lo que le sucederá al chico.
También nos
aportan una explicación adicional a la queja que tanto repiten las mujeres
menopausicas de volverse invisibles
para los hombres. Es posible que las arrugas resulten socialmente menos
atractivas en las mujeres de más de cuarenta años que en los hombres, y que eso
les haga a ellos más indiferentes a los indiscutibles encantos que ellas
conservan. Pero lo cierto es que esas mujeres ya no ovulan. No transmiten los
mensajes químicos de la atracción. No pasan por el momento del ciclo en el que
se sienten más receptivas a los olores del macho. Ellas ya no mantienen esas
conductas de cortejo elaboradas para atraerlos que les induce la ovulación. Su
naturaleza conspira en contra de sus deseos cognitivos de mantener encuentros con
los hombres.
¿Será por esto
que los hombres mayores, estén solteros, casados, divorciados o viudos, se
sienten atraídos o se vuelven a casar con mujeres a las que llegan a doblar la
edad?
Hasta aquí los
datos.
Una visión
apresurada del comportamiento humano podría confirmar que las hembras de
nuestra especie carecen de “celo” y son receptivas al sexo de un modo
permanente, como se había postulado hasta ahora. Pero, aunque esto sea cierto
en cuanto a la exhibición de signos externos de fecundidad, no lo parece tanto
cuando evaluamos señales más sutiles y estudiamos con mayor pulcritud el
comportamiento humano.
Aplicando
la misma finura en la observación de nuestros primos, se encuentra que tampoco les basta la atractiva
coloración genital de las hembras para sentirse seducidos por ellas. Existen
investigaciones cuyos resultados indican que el enrojecimiento de la piel y la
hinchazón genital de las hembras primates durante su “celo” carecen de significado
para los machos si no van acompañados del correspondiente componente olfativo
(feromona) vaginal196,197.
Todo
ello demuestra hasta qué punto eran groseras e insuficientes las observaciones
iniciales que pretendían diferenciar el comportamiento sexual de nuestros
parientes los simios y nosotros mismos (monos al fin). Tanto en unos como en
otros la Naturaleza dispone de ciertas conductas de cortejo para las hembras y
los machos, además del olfato, que incrementan las oportunidades de mantener relaciones sexuales durante la
ovulación. Aunque en ambos casos también se tienen relaciones sexuales fuera de
esos momentos de máxima fecundidad, por simple placer o conveniencia social.
Los datos
referidos con anterioridad parecen mostrar que las mujeres tienen “un freno
biológico” en su disposición sexual durante los días que no son fecundas, que
consiste en un rechazo del olor masculino. Y sólo cuando ovulan, es decir,
cuando son fecundables, experimentan unos cambios internos que les hace cambiar
de opinión sobre el olor del varón (ovulando les resulta, cuanto menos,
neutro), experimentan mayores deseos sexuales, se sienten más felices, más
tranquilas y les induce a elaborar una estrategia de seducción destinada a
atraer la atención de los hombres.
Estos, que
durante los restantes momentos de ciclo menstrual encuentran el olor femenino
poco agradable, modifican su juicio durante la ovulación, y pasa a resultarles
al menos neutro. En esos momentos también las ven más bonitas y atractivas. Y
por si fuera poco, son atraídos por la actitud seductora que ellas despliegan.
Aquí no
hablamos exactamente de “celo” tal y como lo muestran, por ejemplo, nuestras
primas las chimpancés. Pero, según hemos visto, el ciclo de la mujer, en lo que
conocemos hasta ahora de él, evoluciona de modo que tiende a unir a los sexos y
a excitarlos más justo cuando la fecundación de la mujer es posible. Lo que
permite intuir que existe algún vago parecido al “estro”.
No está de
más atender, como hemos hecho, a los aspectos biológicos que condicionan
nuestros comportamientos sexuales. Fundamentalmente porque tendemos a
olvidarnos que somos criaturas de la Naturaleza como las demás. Pero también
sería excesivo olvidar que asimismo somos seres sociales y que existen
elementos culturales que nos condicionan igualmente. Porque la cultura modula
la biología y los comportamientos primarios, a veces hasta extremos que hacen
irreconocibles sus orígenes atávicos.
Por poner
sólo dos ejemplos. Si bien los cambios experimentados por las mujeres durante
el ciclo menstrual determinan la aproximación de los sexos durante la ovulación
para intercambiar eventualmente algo más que caricias, una cosa tan simple como
la disponibilidad de tiempo condiciona por completo que tales encuentros
sexuales tengan lugar o no. Y tiempo no sobra en nuestra civilización. La
influencia del tiempo laboral para mantener relaciones sexuales es incluso
superior al momento del ciclo en el que ellas se encuentren198.
Pero lo
contrario también es cierto. Dada la función relajante y ansiolítica que tiene
el orgasmo, muchas parejas mantienen unos niveles de actividad sexual elevados,
que no se corresponden con sus niveles de tensión erótica real, sino que
utilizan el sexo como una forma de descargar las tensiones acumuladas a lo
largo del día. El orgasmo siempre será mejor que el nerviosismo; y, en
cualquier caso, un relajante más próximo, sano, barato y gratificante que el
alcohol o cualquier fármaco ansiolítico. Y cuando esa actividad sexual no es
posible, existe el recurso de la masturbación; aún más próxima que la
interacción erótica con la pareja. Un buen número de mujeres (entre el 29% y el
39%) no dudan en utilizarla con esos fines relajantes132,199,200.
El otro
ejemplo que deseaba reflejar aquí está relacionado con la edad cada vez más
juvenil del primer coito de las chicas y con las concentraciones plasmáticas de
testosterona.
Se ha
acreditado que las mujeres que poseen niveles más altos de testosterona, se
masturban y tienen relaciones sexuales con mayor frecuencia que las que tienen
tasas más bajas201,202,203. Pero esta
hormona tiene otro papel diferente. Se ha comprobado que los índices de
testosterona predicen con bastante acierto el inicio de las chicas en la
cópula, en el sentido de que lo hacen con mayor precocidad las jóvenes que
poseen concentraciones más altas de esa hormona frente a las que tienen niveles
más bajos. Mas, sobre el sustrato de
precocidad que supone poseer concentraciones altas de esa hormona, se superponen
otros elementos culturales que lo modulan restándole parte del determinismo que
solemos atribuir a todo lo biológico. Existe un elemento cultural facilitador para buscar esa experiencia,
como es el deseo de pertenecer al grupo e iniciarse así en la vida adulta. Y
está comprobado que quienes son más permeables a ese factor asimismo son más
precoces en el inicio de las relaciones sexuales. Pero también hay otro
componente frenador que lo aporta la
religiosidad, con su doctrina de retrasar la actividad sexual hasta épocas más
maduras de la vida120,204. Y de hecho la
retrasa, pese a que las adolescentes verbalizan la moralidad religiosa como un
factor disuasorio que va por detrás del miedo a los embarazos, a las
enfermedades de transmisión sexual, a la ausencia de oportunidades y al temor a
las sanciones sociales205.
Ambos
elementos culturales modulan, cada uno en sentido opuesto, una tendencia
biológica determinada por los niveles altos de testosterona206.
El conocimiento de que los niveles de testosterona
incrementan la actividad sexual en las chicas se ha hecho hoy muy popular. En
ocasiones, ellas tienden a justificar jubilosamente su promiscuidad sexual
señalando “que tienen mucha testosterona”. Si la hipótesis de este libro es
cierta, y no se modifica la actitud masculina y femenina respecto a la
masturbación de estas últimas, cuando se popularice la idea de que las chicas
con más testosterona no sólo copulan más, sino que también se masturban con
mayor frecuencia, éstas dejarán de hacer referencias humorísticas a ese estado
hormonal.
Todo
ello demuestra que una visión exclusivamente zoológica del ser humano es tan
parcial como la simplemente cultural que es la que prevalece entre nosotros. La
tendencia general que existe en nuestra sociedad es sobrevalorar lo cultural y
minusvalorar lo biológico, porque ello nos permite contemplarnos a nosotros
mismos como seres superiores. Así, conseguimos olvidar que somos simios y que
la Naturaleza ha dispuesto para nosotros los mismos elementos de supervivencia,
como especie, que para el resto de los seres vivos.
Texto extraído de mi libro: “LA
SEXUALIDAD FEMENINA (mitos y realidades)”. Las referencias bibliográficas
pueden encontrarse en ese texto.
Excelente trabajo, muy interesante y logré entender lo que estaba buscando
ResponderEliminarMe gusta este artículo porque me ha sacado de dudas en cuanto a celos que presentan las mujeres durante la etapa de ovulación
ResponderEliminar