lunes, 5 de noviembre de 2012

Lugar de la masturbación en la Naturaleza

   Lamentablemente, exceptuando algunos objetos, nuestros antepasados evolutivos no han dejado huellas paleoantropológicas que indiquen si se masturbaban o no. Ni sus restos óseos, ni sus producciones culturales muestran señales inequívocas que puedan interpretarse a tal efecto.
   Pero si bien es cierto que no resulta posible estudiar la actividad autoerótica de nuestros primitivos antepasados, si se pueden recoger las observaciones realizadas sobre las llamadas sociedades primitivas actuales. Aquellos grupos sociales que mantuvieron sus costumbres casi inmodificadas hasta entrar en contacto con los europeos. La similitud entre su estado cultural y el que se supone que tenían nuestros antecesores cuando dejaron de ser nómadas podría ser útil para extraer alguna conclusión por analogía, aunque el método resulte algo temerario.
   Los antropólogos que han estudiado in situ las costumbres de esos pueblos, antes de que la contaminación cultural fuera irreparable, han encontrado que la masturbación femenina era conocida y universalmente practicada en todos ellos.
   La conclusión que podría extraerse de tales datos es que la masturbación no es un producto de la civilización, ni pertenece a alguna cultura o credo específicos. Al parecer, la masturbación se encuentra presente de un modo espontáneo incluso en aquellos pueblos que viven en un estrecho contacto con la Naturaleza. Como se supone que era nuestra civilización en los primeros pasos de su historia.
   Cuando no existen elementos ambientales inhibidores, y, con frecuencia, a pesar de su presencia, esta práctica sexual aparece a edades muy tempranas: en plena infancia; mucho antes de que la actividad reproductora sea posible. En esos momentos, como sucede más tarde en las etapas adultas de la vida, la única finalidad de la masturbación es activar las sensaciones placenteras corporales que se encuentran presentes en el ser humano desde su nacimiento. Sin otro fin conocido, como ya se ha indicado en otra parte.
   A nivel popular, y en ciertos circuitos ilustrados, existe una manifiesta tendencia a creer que la conducta sexual es algo puramente instintivo, ligado a la cópula de un modo "natural". Tan singular creencia sugiere que los seres vivos son capaces de copular de forma espontánea; siguiendo simplemente los impulsos de sus instintos naturales. Recuérdese que durante mucho tiempo se ha justificado la ausencia de educación sexual argumentando que "esas cosas salen por sí solas"; lo que ha deparado a no pocas parejas escasamente cultivadas en estas lides sus buenos sustos y sinsabores.
   Sin embargo, esa creencia también es falsa.
   Lejos de lo que sustenta dicha convicción, la cópula no es un acto instintivo. Sí lo es el impulso sexual; pero para la realización del coito son necesarios unos conocimientos que se aprenden necesariamente en el ambiente para poder completarse sin problemas.
   Entre los animales, a los que suponemos más movidos por los instintos que nosotros mismos, dicho aprendizaje también resulta imprescindible para practicar la cópula una vez adultos. Lo que parece ajustarse a la idea de que esta es bastante menos instintiva de lo que se supone.
   Existen algunos experimentos que sostienen esta afirmación.
   Se ha criado en cautividad a un macho y a una hembra de chimpancés por separado sin ningún contacto con miembros adultos de su especie. Cuando alcanzaron la madurez sexual se les reunió en una misma jaula y se esperó la llegada del estro de la hembra. En cuanto apareció el celo, tanto el chimpancé macho como la hembra comenzaron a mostrar una intensa excitación y se entregaron a una frenética actividad sexual... no copulativa. Ambos pasaban todos los días que duraba el estro masturbándose repetidas veces, cada uno en su rincón de la jaula. El celo despertaba en ellos el impulso sexual, pero no lo satisfacían copulando porque no habían crecido con adultos de quienes aprender lo que se debe hacer en situaciones como esa. Y aplacaban su impulso de la única manera que sí conocían de forma espontanea: masturbándose. Si la cópula fuera una actividad instintiva, la línea de actuación de esos chimpancés habría transcurrido por otros derroteros. “Aprender de los mayores forma parte del desarrollo de un chimpancé en su medio natural”. Sin embargo, ambos se masturbaron sin necesidad de aprendizaje exterior. Eso parece soportar la idea de que la masturbación es una actividad sexual natural y espontanea; entre los primates, al menos.
   Pero no es necesario irse tan lejos para ilustrar la idea de que la cópula no es algo instintivo entre los animales, sino aprendido. Los lectores que tengan algún animal de compañía, un perro por ejemplo, lo saben. La primera vez que intentan cruzarlos, ya se trate de un macho o de una hembra, deben hacerlo con una pareja ya experimentada. De lo contrario, el cruce espontáneo se hace muy difícil. Y la razón es la misma que la expuesta en el experimento de los chimpancés. Los perros caseros son animales cautivos que no han tenido la oportunidad de ver a adultos de su especie copulando; por lo tanto, ignoran cómo ha de hacerse. Ni siquiera saben interpretar adecuadamente la situación en la que se encuentran cuando los enfrentan a una pareja de su especie con fines reproductores. Porque la cópula, se dirá una vez más, no es un acto instintivo sino de aprendizaje social; aunque se practique en privado. Al menos entre los animales más complejos.
   Los dueños de gatos o perros, sean machos o hembras, habrán tenido, sin embargo, la ocasión de observar cómo se masturban sin que nadie les haya enseñado a hacerlo. Parece que lo natural es que los mamíferos aprendan de forma espontanea (no todos, hay que decirlo) a resolver las sensaciones genitales de ese modo. Da la sensación de que la masturbacioón forma parte natural de la expresividad sexual de los animales. Y si requiere de algún aprendizaje, parece que resulta más sencillo de hacerlo espontáneamente que la propia cópula; la hasta ahora relación sexual por excelencia.
   Algo parecido sucede entre los animales que son criados en granjas; cosa que conocen los ganaderos sin necesidad de realizar experimentos. Del mismo modo que saben que estos animales se masturban sin que, al menos aparentemente, ningún congénere les haya enseñado a hacerlo.
   La cópula no sólo no es instintiva, sino que ha de aprenderse. Lo que reza tanto para los humanos como para los animales.
   Entre los animales, el impulso sexual y el instinto reproductor se satisfacen de un modo independiente; lejos de lo que tiende a creerse habitualmente. Para ilustrarlo, puede seguirse el ejemplo de los chimpancés. Hay una buena razón para elegirlos, porque comparten con nosotros algo más del 98% de su material genético (probablemente más) y, además, muestran un buen número de comportamientos sociales, capacidades intelectuales, simbólicas, emocionales y lingüísticas, incluyendo la capacidad de engaño intencional, que hace a ambas especies más similares entre sí de lo que muchos están dispuestos a aceptar. Sin embargo, esas semejanzas no pueden extrañar demasiado. Después de todo, los chimpancés (género Pan) y los humanos (género Homo) comparten el mismo antepasado común.



   Existen numerosos ejemplos que muestran la existencia de un impulso sexual que no siempre está relacionado con la reproducción en esta especie. Los chimpancés también utilizan el sexo tanto para relacionarse socialmente como para obtener placer.
   Durante el celo, las hembras del chimpancé muestran muy claros signos de ansiedad y excitación sexuales. En ese espacio de tiempo aquellas no se presentan pasivamente receptivas al macho para la cópula, como se tiende a creer. Ese modo de comportarse hablaría a favor de una actuación puramente instintiva. Sucede justo lo contrario: lo buscan activamente, seleccionando entre sus pretendientes; rechazan a los que no desean, y pretenden a los que no acercándose a ellas le gustan como pareja. Hasta que encuentran con quienes copular.
   Pero es que los machos se comportan de un modo similar: ni todos aceptan a las hembras que se les ofrecen, ni se acercan indiscriminadamente a las que no les atraen. Son conductas que sería demasiado simplista atribuir a la ciega obediencia de un instinto que selecciona al individuo más apto genéticamente para la reproducción. Más bien parecen exigir ciertos procesos volitivos, por sencillos que sean, para realizar una selección. Lo que precisa observar, evocar, comparar, sentir agrado o rechazo, ejecutar movimientos de aproximación o de alejamiento y, finalmente, una entrega al sujeto seleccionado.
   Si la cópula fuera algo simplemente instintivo entre los primates, se produciría siempre que hubiese una hembra en celo y machos a su alrededor, por encima de otras consideraciones. Sin embargo, los monos del Viejo Mundo y los hominoideos antropomorfos, como el chimpancé, no se relacionan sexualmente de un modo incestuoso. Casi no se han observado acoplamientos madre-hijo, o hermano-hermana entre estos parientes de los humanos cuando las hembras se encuentran en celo. Lo que indica la influencia de otros factores ajenos a lo meramente instintivo en esta clase de relaciones. Parece que la evitación del incesto "se inicia en los primates, tiene una expresión bastante definida en los chimpancés y se sublima, por cultura, en el hombre". Aunque por las noticias que salen en los medios de comunicación, entre los humanos parecen existir más relaciones incestuosas que entre nuestros parientes zoológicos; lo que hace dudar de esa supuesta sublimación humanizante.
   Pero es que los chimpancés, como otros primates incluidos los humanos, también copulan en épocas diferentes al periodo del estro de la hembra. Y lo hacen no para favorecer el proceso reproductor, que es imposible fuera del celo, sino para satisfacer otras necesidades que exigen una gratificación sexual. Entre los monos Rhesus, por ejemplo, las hembras copulan no sólo fuera del periodo del estro sino también al principio de sus embarazos; cuando otro acto reproductor no es posible.
   No escasean las observaciones que apoyan la idea de que los chimpancés mantienen también actividades sexuales sin fines reproductores. Así, los pequeños chimpancés que viven en libertad, machos y hembras, se entregan a juegos inequívocamente eróticos mucho antes de alcanzar la madurez sexual. En esos juegos, se ha visto a los pequeños machos estimulando con la boca los genitales de sus compañeras de juego hembras, y a estas, masturbándoles manualmente a ellos.

  

   Los bonobos forman una sociedad básicamente centrada en las hembras que establecen vínculos sólidos entre ellas limando sus fricciones mediante el ejercicio discrecional del tribadismo o frotamiento intergenital. En líneas generales, el sexo es utilizado por todos los bonobos para interactuar socialmente y limar tensiones, sean machos o hembras, adultos o retoños. Y no por eso tienen más hijos que los chimpancés comunes, que no manifiestan la misma conducta. Comparten con nosotros, pues, la separación parcial que existe entre el sexo y la reproducción.
   Y se asemejan a nosotros aún más de lo que se piensa. Así, los bonobos que viven en libertad no sólo practican uno de cada tres de sus coitos en la “posición del misionero"; esto es: con la hembra tumbada de espaldas en el suelo y el macho encima, cara a cara (lo que se creía una práctica exclusivamente humana, y a la que se atribuía ciertas connotaciones emocionales superiores que pretendían justificar dicha exclusividad), sino que la receptividad sexual de la hembra se manifiesta casi sin solución de continuidad durante todo su ciclo menstrual.
   Además, utilizan el sexo en los contextos más variados y en cualquier clase de combinación de parejas (adultos-adultos, jóvenes-jóvenes, adultos-jóvenes, machos-hembras, machos-machos, hembras-hembras): practican el sexo oral esporádico, la masturbación de los genitales de otro individuo, besos intensos con lengua; utilizan el sexo para evitar conflictos, para aliviar tensiones, para reconciliarse, y para lograr de otro individuo alimentos o cualquier otra cosa de su interés. Tal comportamiento exige saber que dichas actividades producen unas sensaciones que son capaces de aliviar las tensiones. Existen otras ocasiones en que los bonobos no utilizan el sexo para pacificar a otro miembro de su especie; se limitan a saludarle con las manos o a espulgarles. Lo que parece indicar cierta capacidad discriminativa para decidir la clase de conducta de apaciguamiento que precisan utilizar en cada momento. Son comportamientos que no parecen muy instintivos. Se aprenden. Existen documentos fílmicos que muestran a hembras bonobo masturbándose solitariamente; lo que, por muchas vueltas que se le quiera dar, carece de otra significación que no sea la búsqueda del placer proporcionado por esa actividad.
   Siempre ha sobrevolado sobre la actividad autoerótica de los chimpancés machos la duda de que fuera una respuesta a la presencia más o menos remota de una hembra en celo, que podría ser percibida por contacto visual, olfativo, o de cualquier otro tipo. Eso mantendría dicha actividad ligada a la reproducción (frustrada, en este caso).
   La certeza de que los primates hembras se masturban ha perturbado profundamente a los investigadores y al grupo social del que forman parte; por eso, cuando se ha podido, se ha evitado sostener que dicha actividad tuviera entre ellas una significación autoerótica tal y como la concebimos para las mujeres. Estamos hablando de un contexto, incluso científico, donde estaba mal visto que las hembras de cualquier especie, incluida la nuestra, se masturbaran. Descubrir que nuestras primas zoológicas se masturban, y obtienen un placer sexual equiparable al de los machos ha sido algo revolucionario, pues aquí ya no se puede poner en relación dicha actividad con la necesidad reproductora.


  
   Una hembra solitaria que se encuentra tumbada bajo un árbol, aunque huela al macho y se encuentre en periodo de celo, aunque sintiéndose excitada por tal motivo no pueda alcanzar al macho, no precisa realizar ninguna actividad conducente a la reproducción que no sea ir en pos del posible macho para que la fecunde. Ella no siente la necesidad de evacuar unas vesículas seminales estimuladas por la presencia de un congénere del otro sexo; porque no es macho. Así, si se masturba en tal contexto ¿qué otro sentido tiene esa actividad sino la simple obtención de placer? No hay nada, que sepamos hoy, relacionado con la reproducción que justifique esa actividad entre las hembras de las especies. Por eso, descubrir la masturbación de nuestras primas ha resultado perturbador y revolucionario. Porque ella demuestra sin duda alguna (dilema que existía al estudiar a los machos) que la masturbación puede darse en “especies inferiores” por puro sentido del placer, sin relacionarse con el acto reproductor, dándole así una mayor carta de naturaleza ordenada. Porque nuestras primas también se masturban fuera del celo, en cualquier momento de su ciclo hormonal.
    Pero tampoco hay que irse tan lejos. Podemos quedarnos con experiencias más cercanas y cotidianas como las que nos proporcionan los animales domésticos. Ya se ha indicado en líneas precedentes. Quienes tienen perros hembras que se masturban arrastrando sus genitales por el suelo o frotándolos contra objetos saben que dicha práctica es llevada a cabo durante el celo y fuera de él. No puede dudarse de que dicha actividad carece de connotaciones reproductoras incluso en estos casos.
   En ese contexto de sexo como acto recreativo o maniobra aliviadora de tensiones, no puede extrañar que la masturbación sea una conducta observada entre las hembras bonobos. Es una acción a la que se entregan por simple placer. Y las técnicas que utilizan son extraordinariamente semejantes a las empleadas por las mujeres: la mano acaricia ampliamente la vulva; uno o dos dedos frotan específicamente el clítoris; o bien se estimula este por presión contra algún objeto protuberante.
   La masturbación también se ha observado entre las hembras de otros primates más alejados evolutivamente de los seres humanos y de los chimpancés, como los macacos, los papiones, los mandriles, etc. Asimismo se ha visto entre las hembras de otros mamíferos, no primates, mucho más alejados de nosotros, como puercoespines, elefantes, ciervos, delfines, perros, gatos, ratas, chinchillas, conejos, armadillos, hurones, yeguas, vacas, mapaches, zorrinos y cobayas. Observaciones realizadas tanto en animales cautivos como entre los que se encuentran en libertad.
   Durante algún tiempo se dudó de que las hembras no humanas se masturbaran realmente (repito que tales observaciones proceden de un contexto cultural que no aceptaba bien que lo hicieran las mujeres). Se creía que no eran capaces de experimentar sensaciones parecidas al orgasmo y, por lo tanto, no era de esperar que buscasen deliberadamente ese placer. Incluso las investigaciones que muestran algunas evidencias sobre la posible existencia de un orgasmo entre las hembras de los primates recibieron sus críticas por considerar esas observaciones escasamente sólidas.
   Hoy puede afirmarse que existen pruebas claras de la presencia de signos de excitación sexual entre las hembras de los mamíferos. Y de la experimentación de un clímax, expresado con pequeñas sacudidas corporales semejantes a la de los machos pero sin emisión seminal. Tales observaciones se han hecho en las hembras de perros, toros, conejos y felinos (gatos, tigres y leones).
   También se han observado entre las hembras de los primates reacciones fisiológicas propias del orgasmo como el incremento de la presión sanguínea, taquicardia, intensas contracciones tonico-clónicas uterinas, pequeñas contracciones musculares y muecas faciales similares a la de los machos durante el orgasmo. La única diferencia es, lógicamente, la ausencia de eyaculación. Tales observaciones se han hecho en hembras que practicaban la cópula con un macho, y en las relaciones homosexuales que ellas mantienen entre sí mediante el uso del tribadismo.
   Pero es que no podía ser de otra manera. Después de todo, las hembras de estos parientes más o menos cercanos a los seres humanos también poseen clítoris. Y, hoy por hoy, no se le conoce a ese órgano otra función natural que no sea la de actuar como "gatillo" para desencadenar el orgasmo de las hembras de cualquier edad y estado reproductor. Si la Naturaleza ha optado por conservar ese órgano, a pesar de los muchos años de evolución transcurridos, es para que siga cumpliendo esa función y porque resulta útil para las distintas especies. Esa utilidad no sólo viene dada por su papel en atraer a ambos sexos hacia la cópula y propagar la especie, también lo es por el placer que proporciona a sus portadoras, que ayuda a mantener relajados a los individuos del grupo y adaptados en sus interacciones sociales.
   La experiencia enseña que los mecanismos evolutivos tienden a avanzar por los caminos que requieren menor gasto energético. En esa parquedad de recursos, si un órgano pierde su capacidad adaptativa o la función para la que fue desarrollado en origen, sencillamente: se atrofia o desaparece. Eso no ha sucedido con el clítoris. Su conservación en las hembras, durante los millones de años de su existencia, parece tener, pues, esa única finalidad placentera. Por eso, la masturbación surge de manera espontánea, a temprana edad, como resultado de las primeras exploraciones corporales y como consecuencia de las sensaciones despertadas en los inocentes juegos infantiles. Es una experiencia independiente de la función procreadora, a la cual precede y sobrevive en el tiempo que dura una vida.
   La masturbación, que como se ha dicho antes se encuentra tanto entre los animales "inferiores" como entre los "superiores" (chimpancés y humanos), que aparece espontáneamente entre los grupos sociales que viven en estrecho contacto con la Naturaleza y también en los "civilizados" más alejados de ella, es, por lo tanto, una actividad sexual ajena a la reproducción que por su frecuencia y extensión se sitúa dentro del orden natural de las cosas. Pero el orden que dicta en realidad la Naturaleza, no los modelos teóricos que elabora el ser humano cuando intenta dar explicaciones congruentes a cosas que a veces ignora y, en ocasiones, se niega a ver. Recuérdese que la teoría debe adaptarse siempre al mundo real y no al revés.
   Durante el complejo proceso de la evolución, los seres vivos adquirieron progresivamente una mayor capacidad de aprendizaje, con lo que la experiencia y la capacidad de adquirirla mediante el método ensayo-error son cada vez más importantes para la adaptación de cada especie a su medio. Parece una certeza que el potencial gratificador de la masturbación forma parte de la herencia cultural y biológica que tiene la especie, recibida filogenéticamente de sus antecesores evolutivos. Es por eso que, por mucho que se desee, no puede ignorarse la afirmación que muestra a la masturbación como una práctica situada dentro del orden natural de las cosas, como una actividad complementaria o sustitutiva del coito según las circunstancias entre las hembras de todos los mamíferos, seres humanos incluidos. Y que forma una parte inseparable del resto del normal desarrollo de las personas, completamente aparte de la actividad reproductora a la cual precede y sobrevive. En tal contexto, no puede considerarse una actividad desordenada, ni desviada, ni anómala, ni perversa; sino psicológica y evolutivamente incorporada al proceso de maduración general de los sujetos. Su ausencia, como se ha indicado antes, lejos de manifestar un estado personal ordenado, muestra, más bien, la influencia inhibidora de serios conflictos psíquicos.

Las referencias bibliográficas pueden consultarse en mi libro: La masturbación femenina (su realidad y leyenda).

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