domingo, 1 de marzo de 2015

Lo que más las excita sexualmente a las mujeres.




Los estímulos eróticos son capaces de excitar sexualmente a las mujeres de una manera  tan rápida e intensa como tradicionalmente se ha afirmado que sucede con los hombres. Por eso sería interesante determinar la clase de estímulos que ejercen tal efecto. Existen numerosos estudios al respecto contemplados desde perspectivas muy diferentes. El más sencillo de todos lo aportaron Hatfield y sus colaboradores en 1978, cuando encontraron que las mujeres heterosexuales “se encienden” al contemplar escenas que muestran actividades sexuales masculinas, y “se apagan” cuando dichas escenas eróticas son protagonizadas por mujeres (lo complementario también es cierto para los hombres)115. Aunque otros autores han encontrado que ellas también se excitan cuando ven mujeres desnudas en escenas neutras (haciendo gimnasia) o masturbándose116.
Lo que más excita a las mujeres es contemplar a los hombres masturbándose, después se sienten estimuladas al contemplarles manteniendo relaciones sexuales con una mujer y, en último lugar, cuando sostienen relaciones homosexuales. Estos autores encontraron, además, que no existían diferencias estadísticamente significativas en cuanto a la facilidad que tienen para excitarse tanto las mujeres como los hombres frente al estímulo pertinente115; lo que, sin duda, contradice la creencia popular.
Son hallazgos que desmoronan la vieja idea de que (repito: a grandes rasgos y expresándolo de un modo muy simple) la presencia de las mujeres en los vestuarios masculinos (hombres desnudos) es más inocente que la situación inversa. Y explica que la industria cinematográfica explote con tanta frecuencia las alusiones y las escenas más o menos explícitas de masturbación masculina (bastante más frecuentes y directas que la femenina070) para atraer a las salas de proyección al público femenino, que fue tradicionalmente menos cinéfilo que el masculino.
Ya se ha visto que lo más estimulante para una mujer es contemplar a un hombre masturbándose115. Después viene verlos manteniendo relaciones heterosexuales. Y aquí las mujeres son más sensibles, por el orden que se citan, a las siguientes escenas: románticas heterosexuales; sexo en grupo moderado (dos hombres y una mujer); con intercurso genital heterosexual (incluso aunque el hombre maltrate a la mujer); sexo en grupo explícito (tres hombres y tres mujeres); sadomasoquismo moderado y sadomasoquismo duro. En último lugar se encuentran las relaciones homosexuales masculinas131.
         No puede extrañar el lugar privilegiado que ocupan las relaciones sexuales con un toque romántico; es una preferencia femenina que por repetida tiene bastante validez, aunque sea relativa (conviene no olvidar que la escena de mayor eficacia excitadora es un hombre masturbándose, que tiene poco de romántico; es sexo puro y duro). Ni tampoco que aparezcan en lugar destacado un tipo de relación que puede considerarse humillante para la mujer, al ser cosificada por dos hombres o maltratada por uno solo. Este es un tipo de contenido que se ha considerado tradicionalmente más atractivo para el sexo masculino que para el femenino, y ha sido utilizado por el feminismo extremista para acusar a “todos” los hombres de ser violadores en potencia (Hunt encontró esta fantasía en uno de cada diez de los varones de su encuesta [13%]132). Mientras que han silenciado que dos de cada diez mujeres (19%) tienen esas mismas fantasías006,132 y sienten una especial fascinación por imágenes de sumisión y dominio, en las que, en ocasiones, son forzadas a mantener relaciones sexuales por desconocidos. Que posean tales fantasías tampoco significa que sean potenciales provocadoras de violaciones, o que les guste ser violadas. El mundo de la fantasía es transgresor por naturaleza. Y sirve para eso: transgredir sin problemas reales.
         Sólo el 3% de las mujeres fantasean con forzar a otros a tener relaciones sexuales132. La explicación es sencilla y está en la materia de sus ensoñaciones sexuales. Las mujeres suelen imaginarse a sí mismas como receptoras de sexo prácticamente siempre en sus fantasías133,134. Dado el papel pasivo, beneficiarias de sexo, que suelen otorgarse las mujeres en sus fantasías, no es factible que surjan pensamientos de forzar a otros; pues eso precisaría representarse a sí misma como sujeto activo, donador de estímulos sexuales. Cosa que no hace la mujer. Se volverá sobre ello dentro de unas pocas líneas.
Se ha demostrado que los señores no tienen más fantasías agresivo-sádicas que las señoras135. Y apenas alcanza un 0,5% la proporción de varones y mujeres que desean forzar o verse forzadas, respectivamente, a mantener relaciones sexuales no consentidas por las últimas100. Por otro lado, se ha comprobado que tanto unos como otras se excitan ante la representación visual de asaltos sexuales, si bien bastante menos que cuando contemplan escenas de sexo consentido. Además, ambos sexos se sienten excitados cuando la mujer víctima de la violación alcanza involuntariamente el orgasmo: los hombres, aunque la chica dé muestras de experimentar dolor, y las mujeres, sólo cuando dicha evidencia no resulte demasiado explícita aunque se pueda sospechar136.
         Cuando fantasean las mujeres tienden a imaginarse como sujetos pasivos a quienes se les hacen cosas; mientras que en las fantasías de los hombres son ellos los que hacen133,134. El mundo interior que reflejan tales fantasías muestra las diferentes actitudes que tienen aún unos y otras frente al sexo. En la cama, la tendencia de las mujeres es esperar a que se les haga, mientras que los hombres han sido instruidos en que son ellos quienes tienen que hacer. Estas diferencias se están rompiendo poco a poco; pero con una lentitud exasperante. Posiblemente esa actitud condiciona la extraordinaria pasividad con que algunas mujeres enfrentan los problemas de erección o de eyaculación retardada de sus parejas, por poner algunos ejemplos. Pasividad que los terapeutas tienen que romper para resolver esas disfunciones cuando es de origen meramente psicológico. Pero no es este el lugar donde desarrollar tal tema.
         Cuando una pareja acude a los consultorios sexológicos suelen consultar por la disfunción que afecta a uno de sus miembros, no suelen considerarlo un problema de ambos. Pero, además, los dos mantienen una actitud hacia el problema claramente diferente. Así, lo frecuente es que el hombre se autoinculpe tanto de los problemas que le afectan a él como de los que atañen a la mujer. Ésta, por el contrario, no suele inculparse a sí misma nunca: ni de los problemas que aquejan al hombre, ni de los que le afectan a ella. Su tendencia es atribuir a las circunstancias ambientales el origen de la disfunción que presente el hombre137,138. Ello se debe, sin duda, a la diferente socialización sexual que reciben unos y otras. Los hombres hacen, luego si algo falla es culpa de ellos; a las mujeres les hacen (reciben), luego si algo falla es que el hombre no sabe hacerles bien. Siguiendo en la misma línea de razonamiento, sólo podrá equivocarse quien se arriesga a realizar cosas. Quien no se atreve a hacer nunca nada no puede equivocarse… pero tampoco acierta.
¿Y qué relación tienen las mujeres con la pornografía? La mujer no es indiferente al material pornográfico, como postulan algunas teorías. Se sienten excitadas tanto por el material visual como por el escrito, aunque tengan sus preferenciasl139.
El mundo de la pornografía gráfica mueve millones de euros al año en todo el mundo. Su clientela mayoritaria, pero no exclusiva, ha sido tradicionalmente masculina (el 41% de los hombres). Las mujeres (un 16% de ellas)100 aún tienen que realizar un consumo más clandestino de ese material por la interdicción social que existe sobre este y el confesado pudor que ellas sienten para entrar en las sex-shops y adquirir ese u otro tipo de equipamiento erótico. Aunque ahora resulta más sencillo adquirir vibradores porque no tienen forma fálica, están etiquetados como “masajeadores íntimos” y se venden en las grandes superficies de electrónica de los grandes almacenes generalistas.
Las cifras señaladas en el párrafo precedente hacen referencia a un consumo más o menos regular de pornografía, pero no al contacto circunstancial con dicho material que es decididamente universal entre ellas (97%)120.
Pero las diferencias se están acortando a pasos agigantados, en la misma medida que se admite socialmente la normalidad del consumo de estos productos por parte de la mujer. La presencia de autoras de sexo femenino en la ya desaparecida colección erótica La sonrisa vertical de la editorial española Tusquets fue importante mientras existió. Y el de sus lectoras también. Y mujeres son las que han dirigido películas distribuidas en circuitos comerciales con escenas de sexo explícito: Avendre (Laetitia Masson, 1998), Post coitum (Brigitte Roüan, 1998), Romance (Catherine Breillat, 1999), Baise-moi (Virginie Despentes y Coralie Trin Thi, 2000); frente a las rodadas por hombres: Lucía y el sexo (Julio Medem, 2001).
Esa diferencia también la está acortando cada día Internet, debido al supuesto anonimato que permite su consumo. Sin embargo, incluso en la Red se dan algunos elementos diferenciadores entre los hombres y las mujeres que acuden a este tipo de páginas. Los hombres siguen prefiriendo el material gráfico (fotografías, vídeos), mientras que las mujeres tienden a visitar más los chats eróticos para mantener conversaciones subidas de tono y practicar el cibersexo140.
Es un hecho que no puede extrañar. Cada género se entretiene con el material que se adapta mejor a sus aptitudes específicas. Y algunas investigaciones señalan que en el hombre existe un predominio de las áreas cerebrales visuoespaciales, mientras que la mujer tiene más desarrollada las áreas especificas del lenguaje141,142,143. Pese a la incuestionable influencia que tiene la cultura sobre los comportamientos sociales y los gustos personales, existen algunas evidencias que muestran que esta especialización cerebral surge en etapas del desarrollo embrionario muy tempranas y se relacionan con la presencia de andrógenos en el torrente sanguíneo del complejo madre-feto. Cuando se han seguido hasta la edad de veinticinco años a niñas que estuvieron sometidas con certeza a elevadas concentraciones de andrógenos durante su gestación, se ha observado que ello no interfirió en su orientación heterosexual, pero determinó en ellas un gusto por actividades que exigían una mayor capacitación visuoespacial del cerebro. Y, respecto a la actividad sexual, mostraron una mayor preferencia por la utilización de estímulos gráficos, visuales, como la descrita para los hombres050.
Dentro de los contenidos, las mujeres prefieren aquellos elementos eróticos y abiertamente sexuales que se encuentran incluidos en historias románticas; aunque no hagan ascos a otro tipo de material explícito como ya se ha visto con anterioridad. A menudo se da a la voz “preferencia” un significado de exclusividad que no tiene, pues sólo marca una tendencia que no es excluyente. Prueba de que las mujeres también son sensibles al material gráfico es la cantidad ingente de dinero que se gastan las marcas de cosméticos, lencería femenina, etc., en publicidad que incluye hermosos cuerpos desnudos para atraer las miradas femeninas hacia sus productos. No se trata de que las mujeres sean “ciegas” a ese tipo de material, sino que los contenidos que prefieren son otros. Las mujeres necesitan “darse permiso” para admitir unos determinados alicientes eróticos. Por eso algunas (36%-40%) han desarrollado una nada desdeñable habilidad cognitiva inhibidora cuasiautomática111 para aquellos estímulos que les pueden resultar vergonzosos, lo que les permite mirarlos haciendo como que no los ven.
El material que reúne ambas cosas, es decir: un contenido erótico de corte romántico y una configuración basada en las palabras, también existe. Son las novelas románticas (o “rosas”), consumidas por un público inequívocamente femenino.
También existe un enorme mercado mundial de novelas románticas que produce suculentos ingresos a sus productores. Puede sostenerse sin forzar demasiado las cosas que dichas novelas, con sus guapos héroes, sus tórridas y difíciles historias de amor, y el inevitable final feliz, es la “pornografía” femenina adaptada a su más desarrollada capacidad para la palabra y preferencias temáticas.
La lectura de estas novelas excita sexualmente a sus lectoras, constituye una buena fuente de fantasías y proporciona estímulos suficientes para aliviar la tensión acumulada mediante la masturbación.
Aunque son pocas las mujeres que reconocen que las novelas románticas las excitan (18%120), cada día hay más que se atreven a reconocerlo de forma privada, y, algunas, también en público. Cuando le comenté a una colega esta idea (que las novelas románticas excitan a las mujeres) su respuesta fue: “No te lo voy a negar”. Y la célebre escritora Erica Jong144 expone una opinión semejante en su libro ¿Qué queremos las mujeres? Dice que después de creer durante años que el material erótico no gráfico era superior, más elevado y sublime que la pornografía explícita, ha pasado a no establecer diferencias entre ellos, puesto que ambos excitan al mismo organismo aunque lo logren por caminos diferentes. 
Este tipo de pornografía está menos perseguida e interdicta que la gráfica por dos razones principales, no nos engañemos. Porque los censores siempre fueron hombres y nunca supusieron que el material romántico pudiera encender a las damas (a ellos les dejaba indiferentes). Pensaban así, entre otras cosas, porque creían que ellas no tenían esa clase de sensaciones. Y porque las mujeres (que también han perseguido con furia el erotismo gráfico por hacerles sentirse avergonzadas y no ajustarse a sus preferencias) han sido bastante discretas al hablar de las emociones que les despertaban las novelas románticas. A fin de cuentas, ¿por qué pelear contra un material ajustado a sus gustos y dejar así al descubierto sus “debilidades” frente al enemigo común del que hay que protegerse: el hombre145?
La diferencia de género relacionada con la pornografía se refleja también en el gusto que sienten las mujeres por contarse entre ellas los pormenores más íntimos y detallados de sus relaciones sexuales. Tales relatos activan también esas áreas del lenguaje en las que son más diestras, y sus aspectos picantes actúan como el material pornográfico de tipo gráfico en los hombres (quienes nunca llegan a tales extremos narrativos; lo más que hacen es alardear de una conquista entre los amigos, pero no se paran en detalles). Podríamos darle el nombre de pornografía verbal. Y no es una especulación; es un hecho: Erica Jong escribe respecto a sus relaciones con una íntima amiga lo siguiente: “Nos contamos secretos tremendos sobre nuestros maridos […]. Sabemos el tamaño de su polla y cuánto dinero ganan y si son […] divertidos o aburridos en la cama y si roncan […], van o iban de putas…”012 (pág. 411-412).  En nuestro medio, la periodista Sylvia de Béjar ha escrito: “… a más de un hombre se le pondrían los pelos de punta si nos oyera hablar a algunas buenas amigas. Dicen que ellos sólo hablan de sexo, pero a la hora de la verdad, difícilmente sorprenderás a uno haciendo confidencias del calibre de las de algunas mujeres”147 (pág. 179). Este es otro tópico que se derrumba. Las mujeres suelen hablar más y con mayor minuciosidad de hombres, de las actividades autoeróticas masculinas y de las relaciones sexuales que mantienen con ellos (lo que supone desvelar la intimidad de una tercera persona sin su permiso; cosa, por cierto, penalizada por la ley), que los hombres lo hacen de mujeres y de lo que hacen con ellas.
Un ejemplo muy relevante sobre la adquisición del gusto femenino por el erotismo visual nos lo proporcionan los locales de striptease masculinos y las fiestas de despedida de solteras con stripper incluido (léase al respecto, por ejemplo, entre muchos, el artículo de Elena Sevillano “Vida de un «boy»” en EL PAIS SEMANAL nº 1308 (21-10-01), págs. 121-124). Unos y otras siempre se encuentran llenos de mujeres alborotadoras que esconden bajo el aspecto de la gamberrada sus pupilas dilatadas, su corazón palpitante y evidentes humedades menos escrutables. Algunas justifican su asistencia a esos espectáculos como un mero deseo de “hacer el tonto”, cosa que, sin embargo, no estarían dispuestas a admitir en los hombres, a quienes les suponen objetivos menos “limpios” que los propios.
Todo esto podría demostrar que el gusto por los espectáculos visuales con mayor o menor carga erótica no se encuentra tan condicionado biológicamente como podría deducirse de lo expuesto más atrás. Su consumo parece, más bien, una cuestión de oportunidad para desarrollarlo en un medio social que lo permita. Eso es lo que está sucediendo con la mujer en este cambio de siglo, lo que aproxima a ambos sexos más allá de lo que muchos y muchas están dispuestos (o dispuestas) a admitir. La presunta falta de afición femenina por esos espectáculos no ha sido más que un rechazo, psicológicamente comprensible, hacia algo que históricamente les era inalcanzable. (Como cuando alejamos un caramelo muy deseado del alcance de un niño y éste reacciona diciendo que ya no le gusta). En la actualidad, allí donde es posible asistir a esos espectáculos y está socialmente bien visto, se “descubre” que la afición femenina por ellos no se diferencia mucho de su homóloga masculina.
Todo esto justifica el éxito que ha tenido la obra “Cincuenta sombras de Grey” de la autora británica E. L. James…, y que el libro haya sido etiquetado como pornografía para señoras o amas de casa. Lo es. Visto desde el exterior, aparenta ser una exaltación de la mujer cosificada y una incitación a la violencia contra ellas. Pero, contemplado desde la perspectiva de la mujer que lo escribió y de sus numerosísimas lectoras, el libro no deja de ser otra cosa que el reflejo de una de las fantasías sexuales más populares entre las mujeres. De ahí su éxito literario, pese a ser denostado como literatura, y cinematográfico, pese a haberse quedado corto en las escenas explícitas. Y es que un hombre guapo, rico y misterioso, que actúa como maestro y “superior”, induce a una joven inocente a realizar actos sexuales de dominio-sumisión, es una imagen sexualmente irresistible para las mujeres (sin que esto signifique, como ya he dicho antes, que refleje un deseo real; sólo se trata de una transgresión imaginaria, una fantasía).
 
Los números intercalados en el texto aluden a las referencias bibliográficas de mi libro “La sexualidad femenina (mitos y realidades), descargable gratuitamente desde la pestaña “Mis libros” de este mismo blog.

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