Los estímulos eróticos son capaces de excitar
sexualmente a las mujeres de una manera
tan rápida e intensa como tradicionalmente se ha afirmado que sucede con
los hombres. Por eso sería interesante determinar la clase de estímulos que
ejercen tal efecto. Existen numerosos estudios al respecto contemplados desde
perspectivas muy diferentes. El más sencillo de todos lo aportaron Hatfield y
sus colaboradores en 1978, cuando encontraron que las mujeres heterosexuales
“se encienden” al contemplar escenas que muestran actividades sexuales
masculinas, y “se apagan” cuando dichas escenas eróticas son protagonizadas por
mujeres (lo complementario también es cierto para los hombres)115.
Aunque otros autores han encontrado que ellas también se excitan cuando ven
mujeres desnudas en escenas neutras (haciendo gimnasia) o masturbándose116.
Lo que más excita a las mujeres es contemplar a los
hombres masturbándose, después se sienten estimuladas al contemplarles
manteniendo relaciones sexuales con una mujer y, en último lugar, cuando
sostienen relaciones homosexuales. Estos autores encontraron, además, que no
existían diferencias estadísticamente significativas en cuanto a la facilidad
que tienen para excitarse tanto las mujeres como los hombres frente al estímulo
pertinente115; lo que, sin duda, contradice la creencia popular.
Son hallazgos que desmoronan la vieja idea de que
(repito: a grandes rasgos y expresándolo de un modo muy simple) la presencia de
las mujeres en los vestuarios masculinos (hombres desnudos) es más inocente que
la situación inversa. Y explica que la industria cinematográfica explote con
tanta frecuencia las alusiones y las escenas más o menos explícitas de
masturbación masculina (bastante más frecuentes y directas que la femenina070)
para atraer a las salas de proyección al público femenino, que fue
tradicionalmente menos cinéfilo que el masculino.
Ya se ha visto que lo más estimulante para una mujer es contemplar a un
hombre masturbándose115. Después viene verlos manteniendo relaciones
heterosexuales. Y aquí las mujeres son más sensibles, por el orden que se
citan, a las siguientes escenas: románticas heterosexuales; sexo en grupo
moderado (dos hombres y una mujer); con intercurso genital heterosexual
(incluso aunque el hombre maltrate a la mujer); sexo en grupo explícito (tres
hombres y tres mujeres); sadomasoquismo moderado y sadomasoquismo duro. En
último lugar se encuentran las relaciones homosexuales masculinas131.
No puede extrañar el lugar privilegiado
que ocupan las relaciones sexuales con un toque romántico; es una preferencia
femenina que por repetida tiene bastante validez, aunque sea relativa (conviene
no olvidar que la escena de mayor eficacia excitadora es un hombre
masturbándose, que tiene poco de romántico; es sexo puro y duro). Ni tampoco
que aparezcan en lugar destacado un tipo de relación que puede considerarse
humillante para la mujer, al ser cosificada
por dos hombres o maltratada por uno solo. Este es un tipo de contenido que se
ha considerado tradicionalmente más atractivo para el sexo masculino que para
el femenino, y ha sido utilizado por el feminismo extremista para acusar a “todos”
los hombres de ser violadores en potencia (Hunt encontró esta fantasía en uno
de cada diez de los varones de su encuesta [13%]132). Mientras que han silenciado que dos de cada diez
mujeres (19%) tienen esas mismas fantasías006,132 y sienten una especial fascinación por imágenes de
sumisión y dominio, en las que, en ocasiones, son forzadas a mantener
relaciones sexuales por desconocidos. Que posean tales fantasías tampoco
significa que sean potenciales provocadoras
de violaciones, o que les guste ser violadas. El mundo de la fantasía es
transgresor por naturaleza. Y sirve para eso: transgredir sin problemas reales.
Sólo el 3% de las mujeres fantasean con forzar a otros a
tener relaciones sexuales132. La
explicación es sencilla y está en la materia de sus ensoñaciones sexuales. Las
mujeres suelen imaginarse a sí mismas como receptoras
de sexo prácticamente siempre
en sus fantasías133,134. Dado el papel pasivo, beneficiarias de sexo, que
suelen otorgarse las mujeres en sus fantasías, no es factible que surjan
pensamientos de forzar a otros; pues eso precisaría representarse a sí misma
como sujeto activo, donador de
estímulos sexuales. Cosa que no hace la mujer. Se volverá sobre ello dentro de
unas pocas líneas.
Se ha demostrado que los señores no tienen más
fantasías agresivo-sádicas que las señoras135. Y apenas alcanza un 0,5% la proporción de varones y
mujeres que desean forzar o verse
forzadas, respectivamente, a mantener relaciones sexuales no consentidas por
las últimas100. Por otro lado, se ha
comprobado que tanto unos como otras se excitan ante la representación visual
de asaltos sexuales, si bien bastante menos que cuando contemplan escenas de
sexo consentido. Además, ambos sexos se sienten excitados cuando la mujer víctima
de la violación alcanza involuntariamente el orgasmo: los hombres, aunque la
chica dé muestras de experimentar dolor, y las mujeres, sólo cuando dicha
evidencia no resulte demasiado explícita aunque se pueda sospechar136.
Cuando
fantasean las mujeres tienden a imaginarse como sujetos pasivos a quienes se les hacen cosas; mientras que en las
fantasías de los hombres son ellos los
que hacen133,134. El mundo interior que reflejan tales fantasías
muestra las diferentes actitudes que tienen aún unos y otras frente al sexo. En
la cama, la tendencia de las mujeres es esperar
a que se les haga, mientras que los hombres han sido instruidos en que son
ellos quienes tienen que hacer. Estas
diferencias se están rompiendo poco a poco; pero con una lentitud exasperante. Posiblemente
esa actitud condiciona la extraordinaria pasividad con que algunas mujeres
enfrentan los problemas de erección o de eyaculación retardada de sus parejas,
por poner algunos ejemplos. Pasividad que los terapeutas tienen que romper para
resolver esas disfunciones cuando es de origen meramente psicológico. Pero no
es este el lugar donde desarrollar tal tema.
Cuando una pareja acude a los
consultorios sexológicos suelen consultar por la disfunción que afecta a uno de sus miembros, no suelen
considerarlo un problema de ambos.
Pero, además, los dos mantienen una actitud hacia el problema claramente
diferente. Así, lo frecuente es que el hombre se autoinculpe tanto de los
problemas que le afectan a él como de los que atañen a la mujer. Ésta, por el
contrario, no suele inculparse a sí misma nunca: ni de los problemas que
aquejan al hombre, ni de los que le afectan a ella. Su tendencia es atribuir a
las circunstancias ambientales el origen de la disfunción que presente el
hombre137,138. Ello se debe, sin duda, a la diferente socialización
sexual que reciben unos y otras. Los hombres hacen, luego si algo falla es culpa de ellos; a las mujeres les hacen (reciben), luego si algo falla
es que el hombre no sabe hacerles bien.
Siguiendo en la misma línea de razonamiento, sólo podrá equivocarse quien se
arriesga a realizar cosas. Quien no se atreve a hacer nunca nada no puede
equivocarse… pero tampoco acierta.
¿Y qué
relación tienen las mujeres con la pornografía? La mujer no es indiferente al material pornográfico,
como postulan algunas teorías. Se sienten excitadas tanto por el material
visual como por el escrito, aunque tengan sus preferenciasl139.
El mundo de la pornografía gráfica mueve millones de
euros al año en todo el mundo. Su clientela mayoritaria, pero no exclusiva, ha
sido tradicionalmente masculina (el 41% de los hombres). Las mujeres (un 16% de
ellas)100 aún tienen que realizar un consumo más clandestino de ese
material por la interdicción social que existe sobre este y el confesado pudor
que ellas sienten para entrar en las sex-shops y adquirir ese u otro tipo de
equipamiento erótico. Aunque ahora resulta más sencillo adquirir vibradores
porque no tienen forma fálica, están etiquetados como “masajeadores íntimos” y
se venden en las grandes superficies de electrónica de los grandes almacenes
generalistas.
Las cifras señaladas en el párrafo precedente hacen
referencia a un consumo más o menos regular de pornografía, pero no al contacto
circunstancial con dicho material que es decididamente universal entre ellas
(97%)120.
Pero las diferencias se están acortando a pasos
agigantados, en la misma medida que se admite socialmente la normalidad del
consumo de estos productos por parte de la mujer. La presencia de autoras de
sexo femenino en la ya desaparecida colección erótica La sonrisa vertical de la editorial española Tusquets fue
importante mientras existió. Y el de sus lectoras también. Y mujeres son las
que han dirigido películas distribuidas en circuitos comerciales con escenas de
sexo explícito: Avendre (Laetitia
Masson, 1998), Post coitum (Brigitte
Roüan, 1998), Romance (Catherine
Breillat, 1999), Baise-moi (Virginie
Despentes y Coralie Trin Thi, 2000); frente a las rodadas por hombres: Lucía y el sexo (Julio Medem, 2001).
Esa diferencia también la está acortando cada día Internet,
debido al supuesto anonimato que permite su consumo. Sin embargo, incluso en la Red se dan algunos elementos
diferenciadores entre los hombres y las mujeres que acuden a este tipo de
páginas. Los hombres siguen prefiriendo el material gráfico (fotografías,
vídeos), mientras que las mujeres tienden a visitar más los chats eróticos para mantener
conversaciones subidas de tono y practicar el cibersexo140.
Es un hecho que no puede extrañar. Cada género se
entretiene con el material que se adapta mejor a sus aptitudes específicas. Y
algunas investigaciones señalan que en el hombre existe un predominio de las
áreas cerebrales visuoespaciales, mientras que la mujer tiene más desarrollada
las áreas especificas del lenguaje141,142,143. Pese a la incuestionable influencia que tiene la
cultura sobre los comportamientos sociales y los gustos personales, existen
algunas evidencias que muestran que esta especialización cerebral surge en
etapas del desarrollo embrionario muy tempranas y se relacionan con la presencia
de andrógenos en el torrente sanguíneo del complejo madre-feto. Cuando se han
seguido hasta la edad de veinticinco años a niñas que estuvieron sometidas con
certeza a elevadas concentraciones de andrógenos durante su gestación, se ha
observado que ello no interfirió en su orientación heterosexual, pero determinó
en ellas un gusto por actividades que exigían una mayor capacitación
visuoespacial del cerebro. Y, respecto a la actividad sexual, mostraron una
mayor preferencia por la utilización de estímulos gráficos, visuales, como la
descrita para los hombres050.
Dentro de los contenidos, las mujeres prefieren
aquellos elementos eróticos y abiertamente sexuales que se encuentran incluidos
en historias románticas; aunque no hagan ascos a otro tipo de material
explícito como ya se ha visto con anterioridad. A menudo se da a la voz
“preferencia” un significado de exclusividad que no tiene, pues sólo marca una
tendencia que no es excluyente. Prueba de que las mujeres también son sensibles
al material gráfico es la cantidad ingente de dinero que se gastan las marcas
de cosméticos, lencería femenina, etc., en publicidad que incluye hermosos
cuerpos desnudos para atraer las miradas femeninas hacia sus productos. No se
trata de que las mujeres sean “ciegas” a ese tipo de material, sino que los
contenidos que prefieren son otros. Las mujeres necesitan “darse permiso” para
admitir unos determinados alicientes eróticos. Por eso algunas (36%-40%) han
desarrollado una nada desdeñable habilidad cognitiva inhibidora cuasiautomática111 para aquellos estímulos que les pueden resultar
vergonzosos, lo que les permite mirarlos haciendo como que no los ven.
El material que reúne ambas cosas, es decir: un
contenido erótico de corte romántico y una configuración basada en las
palabras, también existe. Son las novelas
románticas (o “rosas”), consumidas por un público inequívocamente femenino.
También existe un enorme mercado mundial de novelas
románticas que produce suculentos ingresos a sus productores. Puede sostenerse
sin forzar demasiado las cosas que dichas novelas, con sus guapos héroes, sus
tórridas y difíciles historias de amor, y el inevitable final feliz, es la “pornografía” femenina adaptada a
su más desarrollada capacidad para la palabra y preferencias temáticas.
La lectura de estas novelas excita sexualmente a sus
lectoras, constituye una buena fuente de fantasías y proporciona estímulos
suficientes para aliviar la tensión acumulada mediante la masturbación.
Aunque son pocas las mujeres que reconocen que las novelas
románticas las excitan (18%120), cada día hay más que se atreven a
reconocerlo de forma privada, y, algunas, también en público. Cuando le comenté
a una colega esta idea (que las novelas románticas excitan a las mujeres) su
respuesta fue: “No te lo voy a negar”. Y la célebre escritora Erica Jong144
expone una opinión semejante en su libro ¿Qué
queremos las mujeres? Dice que después de creer durante años que el
material erótico no gráfico era superior, más elevado y sublime que la
pornografía explícita, ha pasado a no establecer diferencias entre ellos,
puesto que ambos excitan al mismo organismo aunque lo logren por caminos
diferentes.
Este tipo de pornografía
está menos perseguida e interdicta que la gráfica por dos razones principales,
no nos engañemos. Porque los censores siempre fueron hombres y nunca supusieron
que el material romántico pudiera encender
a las damas (a ellos les dejaba indiferentes). Pensaban así, entre otras cosas,
porque creían que ellas no tenían esa clase de sensaciones. Y porque las
mujeres (que también han perseguido con furia el erotismo gráfico por hacerles
sentirse avergonzadas y no ajustarse a sus preferencias) han sido bastante
discretas al hablar de las emociones que les despertaban las novelas
románticas. A fin de cuentas, ¿por qué pelear contra un material ajustado a sus
gustos y dejar así al descubierto sus “debilidades” frente al enemigo común del
que hay que protegerse: el hombre145?
La diferencia de género relacionada con la pornografía
se refleja también en el gusto que sienten las mujeres por contarse entre ellas
los pormenores más íntimos y detallados de sus relaciones sexuales. Tales
relatos activan también esas áreas del lenguaje en las que son más diestras, y
sus aspectos picantes actúan como el material pornográfico de tipo gráfico en
los hombres (quienes nunca llegan a tales extremos narrativos; lo más que hacen
es alardear de una conquista entre los amigos, pero no se paran en detalles).
Podríamos darle el nombre de pornografía
verbal. Y no es una especulación; es un hecho: Erica Jong escribe respecto
a sus relaciones con una íntima amiga lo siguiente: “Nos contamos secretos
tremendos sobre nuestros maridos […]. Sabemos el tamaño de su polla y cuánto
dinero ganan y si son […] divertidos o aburridos en la cama y si roncan […],
van o iban de putas…”012 (pág. 411-412). En nuestro medio, la periodista Sylvia de
Béjar ha escrito: “… a más de un hombre se le pondrían los pelos de punta si
nos oyera hablar a algunas buenas amigas. Dicen que ellos sólo hablan de sexo,
pero a la hora de la verdad, difícilmente sorprenderás a uno haciendo
confidencias del calibre de las de algunas mujeres”147 (pág. 179).
Este es otro tópico que se derrumba. Las mujeres suelen hablar más y con mayor
minuciosidad de hombres, de las actividades autoeróticas masculinas y de las
relaciones sexuales que mantienen con ellos (lo que supone desvelar la
intimidad de una tercera persona sin su permiso; cosa, por cierto, penalizada
por la ley), que los hombres lo hacen de mujeres y de lo que hacen con ellas.
Un
ejemplo muy relevante sobre la adquisición del gusto femenino por el erotismo
visual nos lo proporcionan los locales de striptease
masculinos y las fiestas de despedida de solteras con stripper incluido (léase al respecto, por ejemplo, entre muchos, el
artículo de Elena Sevillano “Vida de un «boy»” en EL PAIS SEMANAL nº 1308
(21-10-01), págs. 121-124). Unos y otras siempre se encuentran llenos de
mujeres alborotadoras que esconden bajo el aspecto de la gamberrada sus pupilas
dilatadas, su corazón palpitante y evidentes humedades menos escrutables.
Algunas justifican su asistencia a esos espectáculos como un mero deseo de
“hacer el tonto”, cosa que, sin embargo, no estarían dispuestas a admitir en
los hombres, a quienes les suponen objetivos menos “limpios” que los propios.
Todo esto podría demostrar que el gusto por los
espectáculos visuales con mayor o menor carga erótica no se encuentra tan
condicionado biológicamente como podría deducirse de lo expuesto más atrás. Su
consumo parece, más bien, una cuestión de oportunidad
para desarrollarlo en un medio social que lo permita. Eso es lo que está
sucediendo con la mujer en este cambio de siglo, lo que aproxima a ambos sexos
más allá de lo que muchos y muchas están dispuestos (o dispuestas) a admitir.
La presunta falta de afición femenina por esos espectáculos no ha sido más que
un rechazo, psicológicamente comprensible, hacia algo que históricamente les
era inalcanzable. (Como cuando alejamos un caramelo muy deseado del alcance de
un niño y éste reacciona diciendo que ya
no le gusta). En la actualidad, allí donde es posible asistir a esos
espectáculos y está socialmente bien
visto, se “descubre” que la afición femenina por ellos no se diferencia
mucho de su homóloga masculina.
Todo esto justifica el éxito que ha tenido la obra “Cincuenta sombras de Grey” de la autora británica E. L. James…,
y que el libro haya sido etiquetado como pornografía para señoras o amas de
casa. Lo es. Visto desde el exterior, aparenta ser una exaltación de la mujer cosificada
y una incitación a la violencia contra ellas. Pero, contemplado desde la
perspectiva de la mujer que lo escribió y de sus numerosísimas lectoras, el
libro no deja de ser otra cosa que el reflejo de una de las fantasías sexuales más
populares entre las mujeres. De ahí su éxito literario, pese a ser denostado
como literatura, y cinematográfico, pese a haberse quedado corto en las escenas
explícitas. Y es que un hombre guapo, rico y misterioso, que actúa como maestro
y “superior”, induce a una joven inocente a realizar actos sexuales de
dominio-sumisión, es una imagen sexualmente irresistible para las mujeres (sin
que esto signifique, como ya he dicho antes, que refleje un deseo real; sólo se
trata de una transgresión imaginaria, una fantasía).
Los números intercalados en el texto aluden
a las referencias bibliográficas de mi libro “La sexualidad femenina (mitos y
realidades), descargable gratuitamente desde la pestaña “Mis libros” de este
mismo blog.
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